martes, 8 de enero de 2008

RELATO HIPERBREVE

Edu no supo que él era el protagonista de un relato pretendidamente hiperbreve y en manos de un prosista inexperto hasta que la voz interior, la de la omnisciencia, lo impelió a soltar el mando de la tele y a levantarse del sofá. Entonces se convenció de que, desde mucho tiempo atrás, sus pasos estaban dirigidos por una fuerza suprema, y se dispuso a salir al rellano de la escalera. No usaba ascensor desde que se quedó atrapado cuatro largas horas en la siesta de agosto, así que inició la bajada de los dos tramos contando como siempre hacía, de memoria, para sí mismo, treinta y cuatro, treinta y tres, treinta y dos, treinta y uno, treinta, veintinueve, veintiocho, veintisiete, veintiséis, veinticinco, veinticuatro, veintitrés, veintidós, veintiuno, veinte, diecinueve, dieciocho, primer piso, diecisiete, dieciséis, quince, catorce, trece, doce, once, diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno, planta baja. Llevó su mano al buzón de las cartas, era una manía suya mirarlo cada vez que pasaba por ahí, tan cerca, tan tentador, aunque pasara diez veces en una mañana, él, por superstición, cada vez lo volvía a escrutar a ver si había algo. Ya iba a pulsar el timbre de apertura eléctrica cuando se percató de que no llevaba el móvil -ignoraba si le haría falta en su papel protagonista-, por lo que dio media vuelta y empezó a desandar el camino, uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once, doce, trece, catorce, quince, dieciséis, diecisiete, primer piso, dieciocho, diecinueve, veinte, veintiuno, veintidós, veintitrés, veinticuatro, veinticinco, veintiséis, veintisiete, veintiocho, veintinueve, treinta, treinta y uno, treinta y dos, treinta y tres, treinta y cuatro, segundo piso. Agarró el aparato, que aguardaba su tacto de amo sobre el mueble de la entrada. Y entonces Edu se vio a sí mismo en el espejo como lo vería un lector futuro, con el pomo de la puerta en la mano, dispuesto a cerrar y a bajar según le había indicado la voz interior, la de la omnisciencia. Mas de repente todo se paralizó en su antiguo afán: advirtió que la impericia del prosista había alargado sin necesidad el planteamiento de un relato pretendidamente hiperbreve, tanto que ya no había espacio para componer un nudo, y mucho menos para maquinar un desenlace. Cerró por dentro y se resignó al punto final.

2 comentarios:

Miguel Ángel Orfeo dijo...

Extraordinaria apología de la concisión, Pedro. Me encantó, además, la ocurrencia de que la voz interior del personaje fuera la de un autor omnisciente negado para la elipsis, y sobre todo que, paradójicamente, este relato acabe por tener planteamiento, nudo (un nudo de escalones sucesivos) y desenlace.

Pedro López Martínez dijo...

Gracias, Miguel Ángel, no tanto por tu comentario (que también) como porque, a través de él, me acabas de regalar una idea: una especie de viceversa para trabajar lo mismo desde un ángulo opuesto. A ver si me sale.