viernes, 11 de abril de 2008

PROVINCIANISMOS (REMAKE)

El provincianismo -que el diccionario define como estrechez de espíritu y apego excesivo a la mentalidad o costumbres particulares de una provincia o sociedad cualquiera, con exclusión de las demás- es la más barata y accesible de las tentaciones de este mundo, la más cómoda también, la más perentoria para ese extenso elenco de espíritus mediocres que -fieles a la memoria del viejo Darwin- nacen, crecen, se reproducen y mueren satisfechos y felices con su pequeño barrio y con su bar de la esquina y con su equipo de fútbol y con su ridícula necesidad de pertenencia.
El ser provinciano no hace distingos de condición social. Pero si hay una variedad especialmente patética que se eleva sobre las otras pregonando sin saberlo su limitación y su simpleza, ésta es, sin duda, la del artista provinciano, más aún, la del poeta, lamentable criatura que va ejerciendo en su dominio la penosa pantomima de la celebridad mientras sus coleguillas y paisanos corean su valía sin más criterio que el de un grupo de niños embobados ante un prestidigitador ambulante, halago que él provoca y gestiona y acepta como un resignado limosnero, con esa vanidad tirana del impostor que todavía no sabe que lo es o que no quiere saberlo. Inmodesto, aborto de sí mismo y de la bendición que nunca obtuvo, este bardo presunto alienta la palmadita del subvencionador de turno, se quiere destinatario de cualquier prebenda y a escondidas la negocia, le gusta codearse en el jolgorio insulso de la actualidad provinciana y se desangra por dentro cuando otros no menos provincianos le roban minutos de púlpito. Y, al fin, celosamente, a cuestas con su frustración y con su envidia, inyecta su mortal provincianismo a cuantos -jóvenes incautos- ya esgrimen su talento arrogante y provinciano en tertulias sin alma y en torpes ediciones financiadas por instituciones de provincias.
Ni que decir tiene que el poeta provinciano es un bicho común y de alto riesgo, vengativo donde los haya, un espécimen carroñero y necrófilo que se reproduce fácilmente, un farsante capaz de contagiar desde muy pronto su poquedad de provinciano, un beatificado aborigen que -ya concluyo- con sus ademanes doctrinarios a menudo se infiltra y se camufla en las silenciosas nóminas de los vates verdaderos con la necia pretensión de que la Poesía, que es Arte, deje por un día de ser universal, que es como decir que deje por un día de ser lo que pregona: pura y simple y necesaria Poesía.

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