miércoles, 18 de junio de 2008

EL PINCEL DE MARISA

El chico asciende a tientas los cinco tramos de escalera y toca el timbre con incertidumbre, pues el inmueble carece de número y en la puerta no halló indicios que certificasen que ésta sea la dirección anotada por su amigo la noche del viernes. Hoy es la tarde del martes, afuera esplende el sol de junio y su dedo alborota la siesta de la comunidad antes de que ella pregunte desde dentro y él le responda con su nombre. Avanzan -la mujer porta un whisky- por este pasillo de museo cutre que acaba en un estudio atestado de volúmenes que se apilan en difíciles equilibrios, de rollos de papel, de archivadores y de otros instrumentos al servicio de su afán: un par de caballetes, bocetos diseminados por el suelo, óleos y marcos todavía solteros, espátulas y botes que hace mucho olvidaron la virtud del orden y el hábito de la disciplina. El chico se detiene, aturdido no tanto por el caos aparente como por no saber qué pintan él y su cuerpo en este espacio. En sus diecisiete años de vida nunca ha visitado un taller ni posado para un artista, y ahora se pregunta si soportará la vergüenza de su desnudez frente a los ojos que lo escruten palpando en sus miembros y en su piel la inteligencia del trazo y la impudicia del detalle. El amigo le dijo que le pagarían bien, y él, goloso de dinero rápido por un trabajo tan simple, cogió la dirección del piso donde Marisa tiene su estudio. Marisa le abre el frigo y le ofrece un refresco -es joven para un whisky, piensa-. Sin más trámite le dice desnúdate, serán dos horas de sesión, cien euros limpios, ¿okay? El chico ya se desprendió de la camiseta y el tejano, y consume un rato con los calcetines, como buscando la complicidad del tiempo para ahorrarse el trago definitivo del slip, slip que ineludiblemente se desliza también muslos abajo y cae, blando, sobre la jarapa. Marisa -un whisky en una mano, un pincel en la otra- habita en la treintena, y reconoce que le gusta pintar al hombre como vino al mundo, sobre todo al hombre adolescente; además, la "textura impregnada de sus telas" ha merecido el aplauso de más de un crítico local. Se aproxima al muchacho y le explica que, de entrada, necesita su semen para lubricar el pincel, es el primer secreto de mi técnica, no temas, no te voy a violar ni nada por el estilo, quédate así... El pelo del pincel se eriza en el contorno carnoso de los labios, circula sobre el pecho liso, ronda alrededor de la pelvis, salta a la entrepierna, modela su fervor en la región de los testículos y persevera en ese falo cuyo extremo tiembla y se tensa segundos antes de proyectar su victoria triste, resuelto en tres y cuatro y cinco y hasta seis propulsiones sin control. El pincel empapado viaja al óleo, donde ya lo trabaja la mano hábil -la otra, sabemos, porta un whisky- de Marisa.

5 comentarios:

Miguel Ángel Orfeo dijo...

Curiosa técnica la de Marisa, con su pincel tailandés y, si me lo permites, tal vez el mejor relato de la serie de retales. Aparte de la excelente recreación del excenario y del modo sutil de obtener el fluido vital del efebo, me parece excelente la idea de la imprimación, de la fecundación de la obra. En cambio, del simbolismo del vaso de whiski -más allá de aportar su pincelada bohemia- no capto el sentido de su reiteración. No obstante, insisto: enhorabuena.

Miguel Ángel Orfeo dijo...

Fe de ratas: no sé de qué manga saqué esa X del escenario.

Pedro López Martínez dijo...

Ahora que lo dices, Miguel Ángel, el vaso de whisky es un simple efecto reiterativo, de esos que -me consta, y tendré que controlarlo en adelante- suelo echar mano a veces para ir apuntalando la narración. Por supuesto, tiene aquí su toque bohemio, aparte de marcar la distancia a varios niveles entre la artista y el modelo. En esta apetencia reiterativa del detalle, te aseguro que busco siempre un cierto equilibrio, buscando que el efecto sea notorio, pero no empalagoso. Sé que no es un hallazgo original, me lo he encontrado en muchos autores clásicos (Galdós) y modernos (Prada), pero me parece que en determinado contexto narrativo puede hallar su funcionalidad, fijando complicidades con el lector (si se mide bien, claro).

En fin, te agradezco la fidelidad que regalas a estos retales.

Gustavo Romera Marcos dijo...

Te felicito una vez más por la atmósfera erótica que has construido sólo con un pincel deslizándose por el cuerpo inmóvil de un joven primerizo, por la reveladora adjetivación de esos marcos y óleos "solteros" o la victoria "triste", por el polisíndeton de las propulsiones a partir de tres; y, claró está, por el ya apuntado "secreto" pictórico.
En cuanto al whisky, yo no creo que actúe como mero refuerzo -hablo como lector- porque están justificadas sus cuatro apariciones. Primero, lo porta, sin especificar nada en la otra mano, cuando aún no conoce ni quién ha llamado, lo que demuestra que no oculta esta afición; después, no lo ofrece al joven, estableciendo así un imposible acercamiento entre ellos; más tarde, lo sostiene en una mano mientras sujeta el pincel en la otra, en clara vinculación y compatibilidad de sus dos pasiones; y, por último, la mano del pincel se nos muestra como "hábil" relegando la otra a sostener mecánicamente el vaso, "como sabemos", porque no lo ha soltado en ningún momento.
Para que no todo sean flores, y perdonad que me extienda, no sé hasta qué punto son adecuados los anglicismos "slip" y "okay". Dinos algo sobre ellos, Pedro.

Pedro López Martínez dijo...

La perspicacia de tu observación psicolingüística me ha sorprendido, Gustavo, he de decir que gratamente. Y no tengo más remedio que darte la razón, aunque, en honor a la verdad, el autor, a priori, reconoce que no fue consciente de todas esas derivaciones que tú apuntas y que, sin embargo, ahora cobran pleno sentido para mí, una vez las ha señalado el lector.
En cuanto a los anglicismos:
- el "okay" se justifica en el uso directo del lenguaje de la protagonista, que habla así y no se puede remediar, del mismo modo en que otros dicen "ciao" cuando se despiden. Consideré que el decoro del personaje se refleja mejor en su manera de hablar, está claro.
- el "slip" sí que me lo pensé mucho más, porque esa voz ya sí es del narrador. Su traducción podría ser "calzoncillo", palabra que a mí no me sugiere ninguna señal erótica, por lo que no me servía para el fin buscado; aparte, es demasiado larga (tetrasílaba), mientras que el objeto que representa es una pieza de ropa interior a veces minúscula (ya usé "tanga" en otro relato anterior), por lo que no me parecía atractiva ni sugerente en el proceso de visualización de la referencia. De todas formas, Gustavo, si tú tienes alguna otra alternativa a este anglicismo te agradeceré que me la remitas, para aprovecharla en próximos relatos.
Un saludo!