jueves, 5 de junio de 2008

PACHORRA

Hay palabras bendecidas por un plus de expresividad que las entroniza en el acervo cotidiano, palabras cuya cercanía y contundencia jamás admitirá la impostura facilona del sinónimo, palabras que se contagian misteriosamente de la parcela de mundo referenciado hasta casi deglutirlo en un virtuoso alarde de alcance onomatopéyico, palabras que no participan del prestigio literario, que dormitan largas temporadas en la recámara del hablante y que de repente un día se postulan en todo su esplendor, ávidas de iluminar con su atinado dardo el discreto azar que el destino les reserva.
Recuerdo ahora un pasaje de Antonio Muñoz Molina, en concreto de su seminovela Ardor guerrero -por cierto, un divertido documento que habría que poner también al servicio de la memoria histórica, tan denigrada por algunos-, donde se define "el arte sutil, aunque nada heroico, del escaqueo, o acción de escaquearse, verbo reciente de nuestro vocabulario militar a cuya conjugación dedicaríamos una gran parte de los meses futuros". Yo, que me fui resistiendo al llamamiento cuartelario con la noble excusa de mis estudios y que aplacé la incorporación hasta que ya no hubo otra salida menos gravosa que declararme objetor, conocía sin embargo el tradicional y casi tópico anecdotario que tantas veces les había oído a los amigos y parientes, así que mi lectura de la mili de Muñoz Molina significó una especie de rememoración de la mili que yo nunca viví, el certificado literario de aquel compendio de disparates inconexos que todos contaban. "Escaquearse no era desobedecer, sino hacer más o menos lo que le daba a uno la gana fingiendo que obedecía; escaquearse era desaparecer durante horas con el pretexto de una tarea que podía completarse en segundos, o conseguir que a uno lo dieran de baja en el botiquín gracias a una dolencia marrullera e inventada. Había maestros absolutos en el escaqueo (...)".
En la última semana ha vuelto a mi vocabulario otra voz que se gestiona en la órbita del escaqueo, pero que ni es su igual ni podría serlo: hablo de la pachorra. Es en el entorno laboral donde la pachorra -que no confundiré con la lentitud, o gozo de recrearse en lo bien hecho- halla su mejor caldo de cultivo, encarnándose en criaturas de ambos sexos que obstruyen cualquier progreso cuando tal progreso se cifra en la aportación colegiada del grupo. La pachorra, al principio, propaga un clima tenso, insoportable, y el ente activo la sufre cual condena que no está en su mano corregir; pero poco a poco la pachorra se normaliza, se blinda, y el ritmo de la comunidad se somete a su dictado.

1 comentario:

Miguel Ángel Orfeo dijo...

Muy curioso el análisis que haces, Pedro, y nada baladí. Bien pensado, resulta paradógico el hecho de que una palabra, pachorra, en este caso, tenga un plus de expresividad, de exactitud, y a la vez no posea prestigio literario. Será que lo coloquial siempre está sometido a un desgaste mayor. Pero yo sí he encontrado un sinónimo digno: el cuajo. Me viene a la memoria esa joya del cine absurdo "Amanece que no es poco", y una frase igual de expresiva: "¡pa mí que ties un cuajo! Y puestos a buscar relaciones entre las dos palabras que mencionas, creo que, en el ámbito del trabajo, la pachorra viene a ser un escaqueo presencial.