domingo, 30 de noviembre de 2008

ADIÓS

Se va noviembre. Noviembre se está yendo, se escabulle entre la niebla de estos días de otoño cerrado con un rictus de prudencia que casi llama a las puertas del olvido. Pero de él nos quedan los treinta días de ese calendario irrecuperable en que se nos va convirtiendo la vida. Momentos, miradas, charlas, instantes, sueños, palabras... Así es, así será. Se nos va noviembre con su estela de misterio salpicando a nuestras dudas y certezas, acostumbrado desde siempre a su espectro de hojas caídas en los parques lejanos que sintieron nuestros pasos y, tal vez, también, nuestro soliloquio intransferible. Se va noviembre con los nombres y los dones que ya nos gratifican, reducto de nostalgias que tocarán su hora en el inminente diciembre. Se nos va sin remedio. Es ley.

domingo, 23 de noviembre de 2008

SÁNCHEZ DEL CASTILLO, ADÁN Y YO

1.
A mi abuela materna, que falleció en 1995, le escuché varias veces la remota historia de un hermano suyo al que ella no conoció, que al parecer se había metido en un convento con la intención de hacerse cura, pero que no llegó a cantar misa porque lo sorprendió la enfermedad y la muerte cuando tenía alrededor de veinte años. No lo conoció porque eran sólo hermanos de padre: su madre había muerto, del cólera, cuando ella apenas alcanzaba los dieciocho meses de vida; entonces el padre viudo se casó con otra mujer y ella se crió con unos tíos mayores que no habían tenido descendencia; así que la relación entre padre e hija se tensó o se fue haciendo cada vez más esporádica, sobre todo cuando él y su nueva familia, ya numerosa, se marcharon a vivir definitivamente al pueblo de al lado.

2.
Desde que me recuerdo, siempre tuve una inclinación natural por los libros, cosa insólita si se considera que en la casa donde nací no los había y que tanto mis padres como mis cuatro abuelos y las generaciones que los anteceden en el tiempo nunca tuvieron la oportunidad de completar siquiera lo que hoy llamamos estudios primarios. Sin ser analfabetos, que no lo son, sí es verdad que carecieron y carecen de la competencia imprescindible para adentrarse en la lectura ociosa y desentrañar sus códigos, aventura que se torna imposible si hablamos de la poesía. Quizás por eso, algo muy dentro de mí alienta el dudoso orgullo de haber sido un pionero de sangre en los ámbitos de la cultura, una especie de inconsciente precursor que poco a poco fue llenando de libros aquella casa, y luego las otras casas en las que he vivido; hasta el punto de que la incontinencia de ese mismo virus me impulsó también a escribir mis propios libros, otra forma de osadía si nos retrotraemos al espacio de mis orígenes, pero un ejercicio de identidad y de afirmación personal que, a estas alturas, ya se me antoja irreversible.

3.
En mi primitivo afán de lector, yo devoraba cuanto tenía a mi alcance, que por cierto no era mucho. Me detenía en los fragmentos de los libros de texto que cada curso me deparaba el criterio selectivo de don Fernando Lázaro Carreter (gracias a él aún puedo recitar de memoria a los hermanos Machado y a García Lorca, a Miguel Hernández y a Blas de Otero); o bien algunos clásicos que el azar o la pura intuición iban sacando de la biblioteca del municipio (allí me topé con los heterónimos de Pessoa, por ejemplo), y también varias novelas en cuya portada llevaban un triángulo invertido en color rosa muy vivo, novelas que en la distancia bien puedo llamar de autoayuda (sépase que muchos años después perpetré y leí una tesis sobre literatura erótica). Y, con idéntico afán, desprovisto de criterio, cada año les daba mil vueltas a los programas sucesivos de las fiestas de mi pueblo, donde se solían mezclar las rimas de autores locales con páginas de patrocinadores comerciales y un remero de artículos relacionados con el paisanaje. Fue ahí, en el programa festivo de 1982 (yo entonces tenía quince años), donde encontré un poema titulado Adán, atribuido a un tal Sánchez del Castillo, un poema que me sorprendió poderosamente desde aquel comienzo mítico: "Adán, / qué gran principio el tuyo, amigo Adán".

4.
Pasó el tiempo -que, como ustedes saben, nunca deja de pasar salvo en raras ocasiones-, y diez años después, en 1992, al Concejo de Moratalla, que es mi pueblo, se le ocurrió contar conmigo para antologar en un volumen a todos los escritores moratalleros que han sido y son, y también a los que están sin serlo, un censo con ribetes localistas que hoy juzgo excesivo y que en aquel entonces realicé en sana colaboración con mi amigo el profesor Gustavo Romera Marcos, impenitente divulgador de las cosas de su tierra. Yo, mal que bien, creo que cumplí aplicadamente con mi parte del trabajo; pero es el caso que en mitad de la tarea tuve que marcharme a una universidad del norte de Italia con el beneficio de una beca de estudios, así que, antes de partir, consensué con Gustavo que en lo tocante a Sánchez del Castillo no podíamos dejar de incluir el impresionante poema Adán, pues, según mi entender, y también el entender suyo, era una reliquia poética extraordinaria y fuera de lo común en estos pagos. Y así se hizo.

5.
Algunos años antes, a finales de la década de los ochenta, yo había conocido al poeta Javier Orrico Martínez, autor de La memoria inventada, que fue para mí libro de cabecera durante mucho tiempo. Resulta que un día, en la Facultad, me senté en un banco junto a una chica de Caravaca cuyo apellido era Orrico, así que indagué si tenía algo que ver con el tal poeta y ella me certificó que, precisamente, ése mismo era su hermano. De modo que una noche de mayo, en aquella escalinata donde se concentraban los bares de copas de Caravaca, la chica y yo nos encontramos por casualidad entre el gentío, y ella aprovechó la ocasión para presentarme a su hermano Javier, quien no por casualidad andaba por allí. Tengo que admitir que tanto él como yo íbamos algo..., en fin, como era costumbre ir en las fiestas de la Cruz: yo le recité de memoria uno de los poemas de su libro, mientras él, Javier, declaró por su parte -seguramente para congraciarse conmigo- que los mejores poetas de Caravaca solían ser habitualmente los nacidos en Moratalla, así el caso de Elías Los Arcos, pero sobre todo el del malogrado Sánchez del Castillo, cuyo poema Adán podía figurar sin complejo en cualquier antología, a despecho de las archiconocidas 'canseras' y de otros ripios de la murcianía profunda.

6.
Entre tanto, yo avanzaba en mi peripecia personal: empecé a ganarme la vida dando clase en los institutos, conseguí después de varios intentos un permiso para conducir automóviles y publiqué algunos libros de poemas que casi nadie leía o que ni siquiera entendían los entendidos, que, ya se sabe, son los primeros que tienen que entender los poemas para que a uno lo alcance alguna prebenda literaria. Y así, en dulce o amarga soledad conmigo, allá por el 2003 o el 2004 consideré cerrado un poemario muy meditado y muy particular, lleno de invocaciones a la geografía de mis orígenes, a las personas que poblaron los fantasmas de mi infancia y a esos mitos de aquel entonces que tienen la virtud de ya no tambalearse nunca, porque los forjó y los esculpió el barro de la inocencia. Al frente de aquel poemario, que aún sigue inédito y que cualquier día habrá de titularse Identidades, pertenencias, sentí casi de repente la imperiosa necesidad de colocar, como una especie de pórtico ineludible, y también a modo de reconocimiento y homenaje, precisamente los versos iniciales de aquel poema fundacional de Sánchez del Castillo, ésos que encontré en un programa de las fiestas de veinte años atrás y que luego había rememorado tantas veces: "Adán, / qué gran principio el tuyo, amigo Adán".

7.
A todo esto, un tal Jesús, otro hermano de padre de mi abuela materna, siguió viniendo a Moratalla todos los años con la ocasión y excusa de los encierros de vaquillas, que al parecer le gustaban mucho porque los había vivido de chico, antes de trasladarse con los suyos a la vecina Caravaca. Sé de buena tinta que en esas visitas, que no duraban más de una mañana, él siempre se preocupó de contactar con mi abuela, o bien hacía lo imposible por ver un rato a mi madre, lo que contribuyó a mantener mínimamente vivo ese tenue hilo de sangre, hilo por el que -todo hay que decirlo- mi propia abuela, en su fuero interno, nunca hizo nada, quizás por un prurito absurdo de desapego o de rencor hacia el padre que apenas conoció. Este Jesús que derrocha tanta amabilidad y afecto, me decía mi madre, es el hermano de aquel otro que iba para cura y que no llegó a cantar misa porque se murió tan joven, de una tuberculosis o de alguna enfermedad de las de entonces. A Jesús yo empecé a tratarlo un poco y a reconocerlo como pariente sólo en los últimos años, cuando asistía sin excusa a los entierros sucesivos que nos iba deparando el calendario de la vida: el de mi abuela, el de mi abuelo, el de mi tío.

8.
Y alcanzamos a la primavera de 2007, a mis cuarenta años recién cumplidos. Durante una comida familiar, mi madre comenta que ha visitado a su tío Jesús, el de Caravaca, y que éste, en el transcurso de la conversación, le ha dicho que su hermano Antonio, el que iba a ser cura y murió joven, tiene desde hace años una calle a su nombre en Moratalla. ¿Una calle a su nombre? ¿Por qué?, me pregunté con una punzada de clarividencia. ¿Le han dado su nombre a una calle del pueblo porque iba a ser cura? Qué tontería. ¿Se la han dado porque murió a los veintidós años? Absurdo. Si tiene ese reconocimiento del consistorio será por algo más, me dije, así que durante unas pocas horas me convertí en el detective que se afana en buscar pruebas para corroborar sus intuiciones. Contrasté fechas y apellidos y nombres, y cuando ya no me quedaban dudas cogí un ejemplar de la antología aquella sobre escritores moratalleros y me fui a Caravaca, al número 22 de la calle Planchas donde vivía el tío de mi madre, Jesús. Me identifiqué con mucho tacto, pues no quería meter la pata en un asunto tan delicado, y después le mostré la página con la fotografía antigua que en ese volumen acompaña al nombre del poeta Antonio Sánchez Fernández, que firmaba como Sánchez del Castillo: él, sin vacilar un ápice, me dijo que sí, que en efecto ése era su hermano Antonio, el mismo que se fue con los carmelitas descalzos a Castellón y que agarró la tuberculosis y murió en 1957, a los veintidós, y hasta creyó recordar que años atrás le habían pedido esa foto de su hermano para ponerla en un libro con escritos suyos, pero que luego nunca supo en qué quedó todo aquello.

9.
Ni que decir tiene que el impacto de la revelación me duró semanas y meses, y que aún hoy me sigue fascinando. Después de toda una vida en pos de mis sueños literarios, sintiéndome pionero, escribiendo y publicando libros que casi nadie lee... ahora, vencidos los temidos cuarenta, y a tan sólo unos meses de que se cumpla exactamente el medio siglo de la muerte del poeta Sánchez del Castillo (el 13 de noviembre de 2007), los azares me ponen ante este eslabón impensado, nada más y nada menos que en la persona del admiradísimo autor del poema Adán. De inmediato, me sentí llamado a la tarea más romántica de cuantas he afrontado jamás: me convencí de que a mí me tocaba recuperar sus escritos -organizarlos, restaurarlos- y procurarles una edición que fuera digna de su valor objetivo, y también, por qué no, digna de su lugar en mi genealogía: reencontrarme con un tío-abuelo poeta no era una cuestión baladí, ni mucho menos. Hablé con los alcaldes respectivos de Moratalla y Caravaca para contarles no ya la historia de esta revelación, sino mi propósito inmediato. Trabajé durante todo el verano y presenté el manuscrito con los poemas y mi epílogo a la recién creada Ediciones Tres Fronteras. Las cosas iban más despacio de lo que yo hubiera querido, pero el domingo 10 de febrero de 2008 pasé por la casa de Jesús, en Caravaca, para que él o cualquiera de sus hijos firmase el contrato de edición a nombre de los herederos. Él, aunque bastante decaído en su salud, me volvió a mostrar su ilusión por esta empresa. Lamentablemente, apenas veinte días después de mi visita, el 1º de marzo de este mismo año, recibí por teléfono la noticia de su fallecimiento, por lo que él tampoco ha podido ver la realidad física de este libro de su Antonio, como él lo llamaba.

10.
Después de este recuento de casualidades y de peripecias personales, comprenderán ustedes, amigos y curiosos -que no curiosos amigos- que me sienta muy satisfecho de la publicación de este libro, por lo mucho que significa íntimamente para mí y porque, honestamente, entiendo que el talento de su autor demandaba un empeño editorial y un esfuerzo divulgativo mucho mayor que el que se hubiera podido brindar desde la comarca. Concluyo, pues, con una sensación de alivio, de misión cumplida, y quiero hacerlo, como no podía ser de otro modo, leyéndoles los versos completos de aquel Adán de Antonio Sánchez Fernández, el poeta Sánchez del Castillo:

Adán,
qué gran principio el tuyo, amigo Adán.

Te hizo Dios.
Dios te formó de hierba,
te bañó de rocío,
te construyó con adelfas de plata,
te coronó de nardos,
te llenó los ojos de uvas,
hizo tus manos de madera de acacia,
tu cuerpo lo formó de una sola mirada,
¡y qué mirada ésta, amigo Adán!

Entonces eras tú
como un beso arrastrado por los ángeles.

Te dejó Dios caer como una pluma,
y era tuyo el árbol
y era tuya la risa picaresca de los juncos,
tuyos la mar, la arena, el sol...

A ti los vientos llegaban
y se hacían en tu frente
rizos de lirios y rizos de azucenas.
Y tuya era la vida.

Solo tú allí,
te anochecía.

Y Dios con sus palabras iba formándote los muslos,
dejándote los pájaros sembrados en tu cuerpo.

Todo lo poseías tú:
tuyo era Dios
y tuya la poesía...

Qué gran principio el tuyo, amigo Adán.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

PARADOJA

El estilo que hoy buscas,
La generosa forma
Que apropiarse desea de tu talento,
Será también, mañana,
Tu condena más terca:

Será
La libertad del pájaro en su jaula.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

¿POR QUÉ?

¿Por qué las cosas que nunca nos decimos suelen ser, también, demasiado a menudo, las que más nos importan?

domingo, 9 de noviembre de 2008

A INÚTIL MODO DE DEFENSA INÚTIL (III)

Los nueve versos de la primera estrofa emulan un breve diálogo lírico (impostado, huelga glosar la obviedad) donde no hay ni una sola palabra que zozobre en el azar de esta tormenta. Verbigracia: que lamente ella -ah- y acto seguido añada él -uf-; que se cuantifiquen la pose y la perilla y el endecasílabo sin alas; que la pose tenga que ser falsa -en mis tiempos, Sebas, amigo, hasta el mal poeta ostentaba licencia para cazar algún epíteto, y supongo que todavía-; que la perilla se torne ilusa venciendo un desplazamiento metonímico que toca de lleno a quienes confían en que el hábito acabe haciendo al monje -aclaro que, lejos de ridiculizar estilos masculinos, la tal perilla, aquí, sólo es símbolo propiciatorio, genuina pista para mejor indagar el derrotero de una determinada estética-; que los dos endecasílabos embalconados -la vida desde la barrera, desde la sombra del balcón: se diría que es desde ese observatorio desde donde convoca a sus musas el nuevo orden experiencial- hablen de sí mismos con una solvencia métrica y un derroche de recursos que sobrepasa la expectativa de un texto como éste, tan desasistido de retóricas, de un texto cuyo afán paródico y parapoético casi repele la pirueta del efecto lírico; que, a despecho de los insípidos terruños culinarios, triunfe hic et nunc la audacia del neologismo en la forma "unisonaron"; que los aplausos seudoorgásmicos que zarandean a las moscas de todos los recitales actúen como ese movimiento de muleta baja que deja al morlaco en posición para recibir la espada de la verdadera experiencia, que es tan simple y tan directa como el castizo verbo que le sale al quite.
Tampoco en la segunda estrofa se entromete ningún elemento aleatorio o que aspire a camuflarse tras la gratuidad facilona, desde esa "Y" solitaria pero precisa en su atavío fálico (lo siento, Mamen, pero es así como la ven mis ojos) hasta el ineludible "follaron", que halla su momento de gloria en la 507 y que luego ejerce de cierre y de sentencia sórdida, casi desfallecida en el presagio del tópico menos lírico -tristitia post coitum-, voz de uso admitido que aún sabrá escandalizar los castos oídos de quienes sostienen que el alimento de la poesía -¡oh Ella, tan sublime!- no ha de permitirse términos de segunda o de tercera categoría: eso de que siempre hubo clases también es trasladable al Real Diccionario de la Académica Lengua. No obviaré el deliberado contraste que se pactó entre la simplicidad vulgarizada de un motivo exclusivamente sexual y la vehemencia aristocrática de esos que se quedan abajo fumando su pipa y consumiendo sus licores procaces, adulando al favorito o la favorita de la fiesta y fatigando en aprosado verso de alternancia siete-once los dos misterios resolutos que decantaron la magnitud de su obra, hace lustros o hace semanas, lo mismo da. Si follaron "de nuevo" es porque el tiempo es cíclico y todo vuelve y en definitiva nada importa, debemos admitir que los protagonistas se conocieron la misma mañana del encuentro, que se miraron de reojo y dieron en imaginar lo imaginable, a veces el imaginario es mutuo, y que en tal caso la farsa de abajo tiene entonces su reflejo fiel en la farsa de arriba, serán las esferas aquellas de algún Platón, y a nadie escapa que en el ideal de un solo polvo están reunidos todos los polvos que en el mundo han sido, no me atrevo a colegir si también estarán los que naufragaron como sueño, que ésa es otra.
La secuencia que mejor fluye en esta segunda estrofa es la que ocupa los últimos seis versos, que a base de pinceladas atiende a la descripción del encuentro: pura poesía, y ello pese a que deje mucho que desear... Junto a la rudeza inesperada del condón ausente, la desesperanza consabida de los apareamientos fortuitos que deben mucho de su inicial fervor al morbo de la presunción de adulterio; junto al rubor de manos que transitan a tientas para que no haya ojos de un lado ni del otro (¿por qué ha de ser maduro él y joven ella, en qué giro sutil se resuelve ese enigma?), el desenfreno vertical que apela a la fantasía acrobática de las seducciones extramaritales. Y así llegamos al polémico "poetisos", vocablo de dudoso cuño al que Orfeo le confiere cierta carga sexista, y al que Mamen le adjudica un plus de prepotencia, paternalismo y misoginia que inevitablemente salpica al buen nombre de quien se decidió a ponerlo. Bien es cierto que no hubo inocencia en su elección, pero tampoco se previó que su modesta pólvora iría a remover tantas susceptibilidades. Al primer ilustre a quien le leí "poetisos" fue a Pablo Neruda en sus memorias, y ya entonces lo usaba él en un tono despectivo, sí, pero en absoluto antifemenino o sexista, pues lo que la palabra aporta es el género neutro de quienes, hombres o mujeres, cultivan ese verso fláccido que se autoabastece de emotividades epidérmicas. Que a alguien no le guste que el femenino oficial del poeta sea la poetisa no significa que su uso, hoy en día, esté ideologizado; y en cuanto al poetiso de marras, en efecto suena a chiste, acaso un mal chiste, pero en definitiva no es más que un juego de derivación que apunta, o eso me parece a mí, a quienes rentabilizan su ambigüedad sexual levantando sobre la tal estrategia el universo exculpatorio de toda su poética. Lo releo y lo releo, y no consigo interceptar en este artefacto-bagatela ninguna connotación que tenga que ver con el sexo -la prepotencia y el paternalismo sí los presiento como elementos incómodos, mas indisociables del aparato crítico que el texto activa-, y sí, en cambio, la urgencia léxica de marcar el abandono neutro de los cuerpos que se acoplan casi en serio, porque "poetos" sí que hubiera sonado fatal.
Concluyo: este poemilla, o lo que quiera que sea, quiso hacer su modesta denuncia de la impostura impostándose él mismo, sirviéndose de una escena de guiñol que llama a las cosas por su nombre, muy seguro de que donde se está forjando el verdadero poema de este encuentro intergeneracional de poesía muy actual es unas plantas más arriba, en el interior deslucido de la 507, y no en la letanía inmemorial de unos versos que repiten su cansancio para medrar el vano aplauso y el devaneo de la adulación en la farsa del éxito. Y nada más. Pero, antes de poner el punto definitivo, me vais a permitir el convencimiento de que aquel polvo paralelo y el verbo que lo sustenta, al recordarlo para otros, será al cabo la única verdad de esta historia.

viernes, 7 de noviembre de 2008

A INÚTIL MODO DE DEFENSA INÚTIL (II)

El título -Encuentro intergeneracional de poesía muy actual-, formulado como subrepticio titular en una esquinita de la sección de sociedad/cultura de cualquiera de esos rotativos-satélite que malviven en provincias, anticipa sin margen al engaño el dominio crítico y la dimensión irónica de los contenidos que se avecinan en formato versal (la mala prosa se disimula mejor cuando se disfraza de verso). Por qué choca tanto el compuesto "intergeneracional" es extremo que ignoro, pues significa sólo lo que significa y poco más, salvo que no negaré que no le falta intención más allá de la evidencia de que todos los encuentros de esta especie (y de la otra que de ella se beneficia) admiten a la jovencita y al jubilado, a la jubilada y al jovencito, y también el arco sucesivo de las edades medias. Lo que a mí me lleva a recelar de la poesía "muy actual", de la poesía que hoy por hoy consagra a los veinteañeros y treintañeros (y a sus femeninos respectivos) que gozan la reseña esporádica en los suplementos de Madrid, es que sea burdo eco de la misma que marcó tendencia dominante hace casi cuatro décadas, si no más, de modo que sus adalides perseveran en un espacio lírico que a mí, y empiezo a pensar que sólo a mí, se me antoja repetitivo y autosatisfecho y encantado de haberse conocido, amén de sectario, cortado en el patrón del prosaísmo profesoral que nos invade, ahora también imbuido de esas pajas mentales que calientan la oreja a los vates octogenarios que presiden los concursos y a los editores todopoderosos que meten la mano en las arcas de los organismos que los convocan y a los reseñistas bienamados que seleccionan el producto según un arduo proceso de filtrado cuyos altos principios ético-estéticos sería enojoso discernir aquí. Que cada cual escriba como le dé la gana y que cada cual se quede con lo que más le guste, claro que sí, Sebas, en eso estamos de acuerdo; pero a mi temperamento le sublevan los discursos arbitrarios cuando se hacen oír desde el turbio pedestal de los favores a cuenta, y mi idea romántica del compromiso artístico tampoco transige con las consagraciones mediáticas oportunistas ni con el dañino oscurantismo de los vetos personales ni con otras mezquindades notorias -haylas, haylas- que nunca entendieron de honestidad ni de rigor crítico ni de la verdad sin trampa de la belleza hecha arte, y a todo esto sólo lo puedo llamar injusticia, y esta injusticia toca la fibra más sensible de quienes empeñamos nuestra vida en esto, por eso mi temperamento se rebela y se echa a pensar que el mundo, verosímilmente, también en esta república fajardina, hubiera podido ser mejor. Así que, de tarde en tarde, en soledad conmigo, me doy el intimísimo gusto del desahogo incisivo que no irá a ninguna parte, claro que no, uno atisba dónde acaba la cerca de la decepción y dónde empieza la del resentimiento: si este artefacto fuese un poema stricto sensu, lo hubiera puesto en el índice de cualquiera de los dos libros y medio que, inéditos a fuer de perezosos, guardo por ahí a la espera de un milagro que los redima, y a mí con ellos. Dije "intergeneracional" donde otros hubieran optado por "interprovincial" o cosa de gemelo atrezzo, rimbombancia sin más, y ahora que lo escribo veo que sería incluso más efectivo para saciar el arrebato de mis vísceras patentar esta repentina bagatela como un Reencuentro interprovinciano de bardos y de bardas, actualísimos ambos y todas y todos, herederos legítimos de la pléyade novísima que aún, en noches como ésta, recita en las cajas de ahorro y en los panteones universitarios sus glorificados polvos, aquellos polvos, con acento histriónico y destellos de la anacronía más severa, pues ya sonaban a desfase e impostura en el fragor de la lozanía de la musa. El adjetivo "actual" siempre es sospechoso, por no decir paradójico, cuando se asocia a una parcela del arte, porque si de algo han de presumir el gran arte (¿hay otro?) y la gran poesía (¿hay otra?) es de su virtud atemporal, o de ese sello de extemporaneidad combativa que no elude el compromiso con la verdad circundante, de su existencia innegociable y discreta y al margen de las modas orquestadas con fines nada dudosos. Y de ahí el título, vaya.

(Continuará)

martes, 4 de noviembre de 2008

A INÚTIL MODO DE DEFENSA INÚTIL (I)

Tengo para mí que empeñarse en defender las supuestas bondades de un texto literario, más aún si nos referimos a un texto con la presunción formal de poema, es acaso la actividad más estéril en que puede emplear su tiempo quien tan a menudo se queja de que no lo tiene; pero si además se da la circunstancia de que la identidad personal del defensor coincide exactamente con la del autor del engendro, entonces el empeño se complica hasta rozar la truculencia, y tanto el abogado como su consabido diablo terminan metiendo los pies en las embarradas lindes de lo patético. Quiero decir bien alto que la literatura se ha de defender sola, en su trato íntimo con cada uno de los lectores, y que la vasta estirpe de los mediadores, sean más o menos reputados y honestos y capaces -estoy pensando en Bruno, el perseguidor de aquel relato de Cortázar-, con frecuencia roba protagonismo y disfrute a quien, lo repito muchas veces, es y debe ser soberano en su criterio. De ahí el disparate de postularse como juez y parte cuando el objeto de la disputa es la creación artística, lo que denota un síntoma inequívoco de carencias aún más graves, debilidad en la estela del pecado que las legiones de versificadores sin duende aguantan sobre sus hombros con actitud penitente. No he conocido a ningún escritor presuntuoso que no fuera mediocre, ha escrito en alguna parte Muñoz Molina. En efecto, lo sensato es que el autor desaparezca de la escena lo más rápido que pueda, es un estorbo hasta en el dobladillo de solapa, hay que tirar la piedra y esconder la mano para que sean otros quienes juzguen la estética y la ética de la pedrada, la parábola que describe y el efecto que produce. En suma, pues, yo me quedaría con aquella atinada imagen del mensajero al que hay que dar muerte, o al menos, si no queremos participar de la figura cruel, pidámosle al mensajero que tenga la prudencia de hacerse el muerto.
El penúltimo recado que puse en este blog en el mes de octubre, una ristra de versos que titulé Encuentro intergeneracional de poesía muy actual, desató, cuando ya no esperaba tal cosa, casi de rebote, cierta perplejidad en los leales comentaristas -Sebastián, Orfeo, Mamen-, los mismos que, por lo común, festejan mis retales sin calcular los serios peligros de envanecimiento que ello acarrea: el adulado siempre es víctima del adulador, lo quiera o no. Fiel a la premisa del párrafo previo, yo ahora debería detener mis falanges sobre las teclas y aceptar simplemente la sanción o veredicto: lo que el poema cuenta no es nuevo; peca de aquello que denuncia y, en su afán de desmarcarse, destila también cierta arrogancia; el asunto deviene tedioso y la resolución que propone, anodina; por no hablar de su prepotencia paternalista y misógina... Pero sucede que esto que vuestra benevolencia llamó poema no es más que una broma con marchamo de crítica encubierta, y que como tal lo hilvané para dar pábulo a quienes me seguís en esta travesía, y que no es disculpa si admito que conozco esas carencias mías (la principal, aquí, que es un desahogo y se nota mucho) que me empujan hacia donde la gran literatura no quisiera, y que, en resumidas cuentas, me tomo la respuesta que daré a este desatino como un mero divertimento que sirva de complemento a la bagatela-artefacto, o lo que es igual, como un providencial reto para sacar del desván mis nunca lo bastante ponderadas habilidades argumentativas. Después de todo este lío (que, no nos engañemos, algo de vidilla le dará a nuestro rincón virtual), el tosco texto que propició aquellos reparos tan saludables y que hoy desencadena mi inútil réplica seguirá colgado ahí, ajeno al alboroto, y cada lector será de nuevo soberano en sus juicios, y yo ya me podré morir o hacerme definitivamente el muerto como el mensajero que fui, mas con la conciencia tranquila por haber puesto la cara y el tiempo que no tengo por defender a un hijo tan insulso, fruto de un discreto devaneo "sin condón ni esperanza".

(Continuará)