sábado, 25 de junio de 2011

RELACIONES INTERMITENTES (11)

La víspera de San Juan fue sin duda el día más caluroso de lo que llevamos de año. Me encaminé hacia la parada de Gran Vía para alcanzar el rayo-bus número 80 de las 9.15, último servicio. Una joven a la que tal vez doblaré en edad salió del supermercado y se anticipó a mis pasos para reinar durante un trecho de la acera con los suyos de tacón alto. Llevaba un minipantalón azul muy ajustado que concluía muy arriba para más exagerar la generosidad de sus piernas; salvo que la guinda de su andar altanero se significaba en la doble firmeza de unos pechos que presionaban contra la blusa con la mano impostada de la cirugía. Permaneció de pie junto al bordillo, impasiblemente esbelta, ejecutando un desdén aprendido de las divas. Yo también esperé, delante o detrás, gestionando mi no menos aprendida indiferencia cobarde. Llegó el número 80; ella subió primero y yo después; ella buscó el final entre las dos hileras de asientos y yo también. Se me ocurrió que si esta fuera la escena de una película o la página de una novela alguien forzaría las cosas para llevarlas a un terreno interesante. En el barrio del Carmen la muchacha hizo un gesto que solo intuí, pero que valió para que por una vez posara mi mirada en unos ojos, los suyos, que en ese instante que se abasteció de cuatro o cinco segundos retaron a los míos con un principio de saludo o de reconocimiento. Casi sin transición, el rayo-bus número 80 había estacionado y ella descendía los peldaños hasta saltar a la baldosa. Se perdió en un recodo de ensueño entre el atardecer y los primeros signos de la noche, y no hubo más. Fue sin duda el día más caluroso de lo que llevamos de año.

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