martes, 20 de septiembre de 2011

EL HORARIO

Hay un día de septiembre en que los profesores españoles de a pie, hoy tan desprestigiados y vilipendiados, recibimos nuestro horario para el curso que empieza. Ayer me dieron el mío e inmediatamente nos pusimos manos a la obra, aprendiendo a reconocernos -el horario y yo- como dos extraños que hubieran sido presentados de improviso, pero que saben que van a tener que convivir y soportarse una larga temporada. Me trasladé de aula en aula e hilvané un primer discurso ante quienes serán mis alumnos, siempre con el papelito del horario a la vista, y luego, por la tarde, ya en casa, lo revisé a conciencia, con tanto empeño que casi lo aprendí de memoria.
Esta mañana, de camino al trabajo, concentrado en los temas previos que debía tratar con los chicos de cada grupo y maquinando mis humildes proyectos pedagógicos para ponerlos en práctica con ellos, me ha asaltado la breve intuición de que algunos no sabemos existir sin unos ritos, sin unas obligaciones públicas, sin una disciplina que se nos imponga desde fuera y estimule y fuerce los resortes de nuestra creatividad, cada vez más perezosa o desilusionada. Algunos nos debemos a la servidumbre de un horario fijo y a unos hábitos de trabajo compartido, por mucho que a menudo nos quejemos de nuestra suerte y añoremos un tiempo de interminables vacaciones para entregarnos a nuestras aficiones particulares. Sólo así se entiende que hasta tres excompañeros recién jubilados, cada uno con más de treinta años de servicio y se supone que con unas ganas inmensas de ser libres para vivir otro modelo de vida, no hayan tenido que ponerse de acuerdo para que una rara inercia los acercara al instituto entre ayer y hoy.

No hay comentarios: