viernes, 11 de noviembre de 2011

EL CULO DEL PODER

Tanto ellas como ellos son jóvenes de aspecto sano y de buena presencia. Seguramente acuden con sus libros a las facultades o aguardan su primer contrato de trabajo mileurista o ya medran su destino en los pasillos y despachos de la organización. A menudo, atendiendo o no a la vehemencia del líder cuyo rostro no ven -salvo que se vuelva un instante para propiciar la complicidad unánime-, despliegan una sonrisa inteligente o bobalicona o neutra que en cualquier caso pretende ser simpática, como si a cada uno de los miembros de este escaparate selecto les importara mucho convencer a la cámara de su pertenencia satisfecha y de su lealtad sin fisuras; pero una sonrisa que sin embargo se torna penosamente artificial y definitivamente impostada cuanto más se repite en la pantalla del televisor, sobre todo si es acompañada de ese impúdico cabeceo cuyos síes sucesivos son marca del adepto y reino de la estulticia. No importa cuál sea la sigla y el emblema que los convierte a su fe, ni tampoco las raíces ideológicas ni el itinerario que los ha traído hasta ese estrado: unos se llamarán de derechas y otros de izquierdas, e incluso habrá quienes no sepan ubicarse sino en ese limbo indefinido que se sitúa a medio camino. Da igual, están ahí, detrás siempre del orador, llenando el espacio turbio de la retaguardia con su sana juventud y su dentífrica sonrisa, conminándonos a ser tan guapos y felices como solo pueden serlo ellos. Siempre estuvieron ahí y siempre lo estarán. No les basta mirarlo: son el culo del poder.

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