lunes, 19 de diciembre de 2011

NOSTALGIAS

Solía decir Primo Levi -tantos años en la frontera de la depresión y del suicidio- que existía un rincón de la casa familiar en Turín que le era especialmente confortable, y que al cabo de la vida había averiguado que fue ahí, en ese preciso espacio, donde tiempo atrás se ubicó el antiguo dormitorio donde lo alumbró su madre. Antes que la improbable justificación sensorial o extrasensorial del fenómeno, me interesa su virtud de símbolo, la magnífica metáfora significada en la nostalgia del paraíso intrauterino.
Escribo esto porque no hace mucho constaté -supongo que ya lo sabía, pero que mi conciencia no había reparado en ello- que cada vez que visito la casa de mis padres, allá en el pueblo, y duermo en la cama que me tienen dispuesta, disfruto de un bienestar íntimo que nunca me he atrevido a describir, pero que ahora, a la luz evocadora de Primo Levi, se colma de simbología y acaso de sentido: esa es la misma cama de matrimonio (su estructura lo es, aunque el viejo colchón de lana ya fue sustituido por otro más moderno) donde yacía mi madre cuando la asistió la comadrona para traer al mundo a su primogénito.

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