sábado, 7 de enero de 2012

PEDIR PERDÓN

Estoy harto de oír a muchos políticos del lado de acá que los asesinos de ETA deben pedir perdón a las víctimas, esto es, coronar con sus propias palabras una especie de arrepentimiento sincero y sentido y por supuesto público. También estoy harto de oír a muchos políticos del lado de acá que las víctimas del terrorismo no pueden faltar en cualquier mesa donde se debata el asunto, porque de su condición de víctimas, al parecer, emana un maravilloso don para discernir la raíz del conflicto y la solución del problema.
Entiendo que, cuando hablan de víctimas, muchos políticos se refieren a los heridos y a los secuestrados y a los amenazados y a los familiares de unos y de otros, y también a los descendientes de esos casi mil muertos que no pueden escuchar ningún perdón y que ponen número al derrotero sanguinario de la banda. Supongo que muchos políticos interpretan ese acto verbal de los terroristas como un paso definitivo hacia no imagino qué fin, cuando no como una morbosa exigencia de los ciudadanos de bien para que los otros, los ciudadanos de mal, escenifiquen su error a modo de expiación semanasantera.
Yo no sé si a la víctima le importará mucho el perdón que privadamente pueda pedirle el asesino o secuestrador o colaborador de la causa terrorista; en todo caso, pertenece al ámbito de su intimidad, a lo más hondo de su cualidad humana, y como tal lo respeto. A mí, que en este asunto pienso y escribo como mero ciudadano, no me ablandan las palabras más o menos coyunturales que pueda pronunciar el dueño del terror ni me seduce la opinión de la víctima, pues los suyos son apenas actos individuales que solo les incumben a ellos mismos. A mí, lo único que me sirve es que de principio a fin se haga cumplir el Código, su texto, sin que en la determinación de la sentencia ni durante la ejecución de la pena se mezclen elementos subjetivos ni derivaciones no contempladas en la norma general que nos rige.

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