jueves, 19 de enero de 2012

AL HILO DE FAUSTO

Abonado a la fe cíclica de los buenos propósitos que suele presidir mis principios de año, retomé hace días el Fausto de Goethe, habiendo transcurrido un lapso de más de dos décadas desde que suspendí mi avance entre la primera y la segunda parte. Quiso el destino que entonces lo leyera en una edición contemporánea que me cedió un compañero de piso, a modo de intercambio por otra de Plauto que yo le presté y que él me había extraviado. El ejemplar que ahora cojo en mis manos -"las manos que merece", escribió la suya el 23 de abril de 2001- arrastra una historia bien distinta y llegó a mí por otra de las innumerables galerías del destino, significada en un alumno que, agradecido, quiso obsequiarme al terminar el curso, un alumno que, según he sabido, se quitó la vida tiempo después con un arma reglamentaria. En fin, el que poseo en su memoria es una reliquia en dos volúmenes y encuadernación en tela, editado por la Compañía Ibero-Americana de Publicaciones (Madrid, 1930) y con prólogo de Ángel Valbuena Prat. Y es del eminente filólogo de quien me apetece rescatar un fragmento que me cautivó por su visión lúcida y agudeza crítica, dos talentos que escasean entre las hornadas de comentadores de libros de los últimos lustros. Para acercarnos a la magnitud de Fausto, se refiere el señor Valbuena al "poder constructivo del espíritu alemán", y lo hace en los siguientes términos:
"[...] La primera excelencia de la cultura germánica es su potencialidad constructiva. Se trata de la civilización de los emperadores del sistema. Para lo cual no necesitan los alemanes de un estilo especial en arquitectura, del que carecen, aparte su original interpretación del gótico. Es un rasgo esencial de su alma, que proyectan sobre todas sus creaciones. Alemania posee una arquitectura ideal del pensamiento, de la literatura y de las artes especiales. Por eso sus filósofos son metafísicos y sus músicos sinfonistas. La metafísica es la arquitectura de la filosofía, del mismo modo que la sinfonía es la arquitectura de la música. El estilo alemán hay que contemplarlo en los edificios mentales de Kant, Schelling, Hegel y Schopenhauer, o en los grandes maestros del contrapunto del siglo XVIII que se coronan en la cúpula acústica de las nueve sinfonías de Beethoven. [...]"

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