domingo, 12 de febrero de 2012

EL DERECHO A NO TERMINAR UN LIBRO

Es uno de los diez derechos imprescriptibles que defendió Daniel Pennac en su exitoso ensayo sobre animación a la lectura, Como una novela (1992). Advierte que hay treinta y seis mil motivos para abandonar antes del final, entre ellos que se trate de "una historia que no nos engancha" y que se muestre con "un estilo que nos pone los pelos de punta". Yo, a lo largo de mi vida de lector lentísimo y acaso demasiado puntilloso, muchas veces hice lo imposible por acabar un libro que me disgustaba, pero también son memorables los títulos que empecé y que luego no supe aguantar hasta el último punto.
Hace casi un mes que trato de adentrarme en una novela que, editada el año pasado, me llegó como regalo de aniversario y me puse a leer con verdadero interés, seducido por el prestigio que acumula su autor después de cincuenta años de literatura y del aval de los premios más generosos, del Planeta al Cervantes, pasando por otros reconocimientos; pero, por ahora, solo he podido alcanzar a la página 77 -tiene más de 400-, y ello otorgándole oportunidades y sometiéndome a esfuerzos de tolerancia y de atención que juzgo impropios de mi edad.
Ya en el primer capítulo me alarmó el desaliño expresivo, máxime tratándose de un autor que siempre ha llevado a gala la exigencia en el estilo: la adjetivación me resulta cansina y previsible -"un sol de castigo que brilla en lo alto del cielo azul"-, por no hablar del abuso exasperante de gerundios; no escasean determinadas asonancias internas -"calle" con "detalle", "acera" con "espera", "primero" con "asidero", etc.- que yo, que no soy nadie, evito en mis textos como la peor de las plagas; del uso arbitrario de leísmos solo diré que no es pecado, pero que sería fácil corregir con un poco de voluntad; y lo que más me disgusta, sobre todas las cosas, es ese derroche y descontrol de los adverbios acabados en mente, que yo suelo censurar como el más sintomático de los vicios de la prosa castellana: si abro las páginas 46-47 me hieren la vista hasta ocho, repartidos con equidad sospechosa. ¿Es normal -me pregunto- que en un párrafo de 26 líneas coincidan "amigablemente", "perfectamente" y "reiteradamente", junto a la sonoridad rotunda de formas como "persistente", "latente", "permanente", "incongruente" y "maloliente", más la propina del sustantivo "mente" (págs. 42 y 43)?
Creo que me voy a tomar mi derecho y no lo voy a terminar, pues ya me hace señas seductoras La Cartuja de Parma. A modo de anécdota, releo y transcribo lo que mi aburrimiento garabateó al borde de una hoja de ese ejemplar que alguien me regaló por mi aniversario: "Es importante que el amante se levante y cante, siquiera otro instante, y que aguante mi desplante delante de semejante infante". Uf...

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