miércoles, 26 de septiembre de 2012

EN LA SOMBRA (OTRO CURRÍCULUM)


PLM acudió al llamado de la musa y emborronó sus primeras rimas al filo de los quince. A los veinte completó La sonrisa del ahorcado, especie de nouvelle que un cuarto de siglo después da título a un manojo de cuentos. Poco después se atrevió con Descripción de la huida, doscientas páginas rechazadas por dos veces diez editores. En esos años conoció a Jorge Martínez de Paco, malogrado autor de El verdadero artista (seguido de un experimento), de Poemas a Lesbia y Poemas de la inercia, y de la novela El recodo perverso, todos bajo su custodia, todos inéditos. Como poeta, PLM no ha abandonado su ambicioso plan de ópera omnia, Presente sin fábula, que reúne hasta hoy una serie de títulos cuyos versos, en su mayor parte, no conocen más gloria que la que vive en la sombra: Geografía del origen, Poemas sin remedio, Materiales de construcción, Identidades, pertenencias, Después de aquel otoño, Memoria del Po, Primavera de signos, A quien conmigo va, Cuando el tiempo nos borre… En el camino fue perdiendo sucesivamente los premios Adonais, Hiperión y Loewe, Herralde, Nadal y Planeta, entre otros. Hace un par de inviernos, PLM echó el resto para terminar La novela de Turín, antiguo proyecto de ficción que también se ha topado, hasta el día de hoy, con la severa tradición del no, esto es, del “no entra dentro de nuestra línea editorial, lo cual no implica un juicio negativo de la obra”, etc. Tanta desventura, no obstante, lo ha bendecido con el tiempo y el aplomo que hacen falta para insistir periódicamente en las revisiones mejoradas de aquellos viejos proyectos, revisiones que ya se cuentan por decenas, y para poder recrearse y solazarse en el paradójico placer de la perfección, que no admite más fin que su propio espejismo.

lunes, 24 de septiembre de 2012

ARDUO EMPEÑO


Asumido que los asuntos de la vida me distraen de la literatura –y que una y otra se imantan, que no es posible su escisión a cualquier precio-, lo razonable es acertar a reubicar en el territorio de la ficción los asuntos de la cotidianeidad, esto es, dotar los quehaceres del día a día de un estatus literario con vocación programática, y así, poco a poco, con método, aprender a registrar notarialmente lo tedioso, lo efímero, barriendo siempre hacia el lugar inviolable de los signos, hacia la conciencia perdurable del símbolo.

viernes, 21 de septiembre de 2012

CONSEJO ENTRE PARÉNTESIS

Estamos de acuerdo en que para todo hay una primera vez, y esa primera vez suele asentarse en un lugar preferente de la memoria. La primera vez que supe del dicho "no es lo mismo predicar que dar trigo" fue en una carta manuscrita de un editor y escritor, o viceversa -Luis T. Bonmatí-, al que le remití unos cuentos que él tuvo a bien leer y comentarme con su grafía espantosa a vuelta de correo ordinario, porque en aquel entonces la comunicación electrónica estaba aún por instaurarse. Después han llovido los consejos, personales o no, bienintencionados o no, pero hay uno que me gusta recordar y que hice mío cuando se lo leí a José Saramago, verosímilmente en alguna página de sus Cuadernos de Lanzarote. El portugués irrepetible lo expresaba como la anécdota vivida en el coloquio desatado tras una conferencia, cuando un chico muy joven -tan joven como lo era yo cuando leí esos diarios- le pidió consejo para mejor sobrellevar las incertidumbres de su vocación literaria, y él le respondió con dos obviedades cuyas aclaraciones paradójicas, consolidadas entre sendos paréntesis, ilustran maravillosamente aquel dicho del trigo y del acto de predicar: "Mi consejo es que no tengas prisa (como si yo no la hubiera tenido) y que no pierdas el tiempo (como si yo no lo hubiera perdido)".

martes, 18 de septiembre de 2012

A ESTE LADO DEL TIEMPO

Los veo entrar enseñando el DNI con una mano, dejando caer sus mochilas en el lugar que se les indica, sentándose uno tras otro con obediencia nerviosa. Los veo ahí, concentrados en su ejercicio o mirando desganadamente la forja de cemento en las paredes austeras, o siguiendo los pasos de los profesores que atienden sus demandas o que simplemente los vigilan mientras acometen la escritura de su examen. Y de pronto caigo en la cuenta de que yo también enfrenté mi prueba de acceso a la universidad -entonces Selectividad, ahora PAU- un mes de septiembre -1985 el año-, porque en junio no había superado la asignatura de francés. Recuerdo que me desplacé a la capital la tarde anterior y que me acompañó un amigo de adolescencia y juventud -su nombre, Andrés-, y que solo después de consumir unas cuantas cervezas en la zona de más ambiente nos decidimos a buscar una habitación donde dormir esa noche, porque a las ocho de la mañana tenía que estar sentado en un pupitre universitario para realizar mi examen. Sí, tal era mi inconsciencia de aquella época, tal la ausencia de determinación para tasar la importancia de las cosas importantes, o de lo que hoy entiendo por cosas importantes desde la perspectiva que otorga el tiempo, pues está claro que de esa prueba pendía el grueso de aquel futuro que ya es pretérito, y, en buena medida, la sarta de circunstancias y de azares que me han traído hoy a gobernar este aula ocupada por esta otra generación. Los veo ahí y percibo en sus miradas y en sus gestos un cierto desapego, casi desdén por cuanto esté por venir, algo así como un rescoldo de aquella levedad mía, y los envidio por ello, sí, los envidio porque todavía saben existir en un tiempo dichoso que no se afana en sancionar qué es y qué no es lo importante desde su insaciable vocación de perspectiva.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

DUALIDAD FUNDAMENTAL

He aquí una dualidad fundamental, sobre todo si se habla de arte: lo que eleva el espíritu, frente a lo que lo ensombrece o lo rebaja o lo degrada o simplemente lo entretiene o lo distrae de lo que de verdad importa. ¿Que qué es lo que de verdad importa? Nadie lo sabe, pero muchos intuimos que tal vez se sustente en cuanto satisface la conciencia de humanidad de cada uno.

lunes, 10 de septiembre de 2012

CARAMELITO ENVENENADO

Yo ya no sé si son los árboles los que nos impiden ver el bosque o si es el bosque el que no nos deja ver los árboles.
Después de vilipendiar públicamente a maestros y a profesores y de haberlos colocado -a ellos y, de resultas, a la enseñanza pública en general- en el disparadero de la frustración y de la mezquindad, después de sacrificar más de novecientas vocaciones bajo la socorrida excusa del ahorro, ahora las autoridades educativas de la Región de Murcia se yerguen sobre la confusión y se regocijan en el cabreo sacándose de la manga unos pomposos planes para la mejora del éxito escolar -ja, ja, ja- que, mira por dónde, vienen acompañados de la bonita cifra de un millón de euros -sic: un millón de euros- a repartir entre los centros cuyos profesores se adhieran a la novedad, previo compromiso -¿...?- de maquillar los resultados.
Me parece un alto ejercicio de cinismo -¿sin precedentes?; qué va, por desgracia abundan los precedentes- que desde los despachos que anuncian la inevitabilidad de los recortes y el aumento de la ratio por aula y otras bendiciones políticas, esas que ya sufren las próximas generaciones y que hipotecará por unas cuantas décadas a toda la sociedad, vengan a dispensar en el primer claustro del curso este caramelito envenenado. Y lo más triste: que muchos de los compañeros que tanto se quejan en los pasillos ya lo estén apeteciendo en sus manos y en sus bocas.

viernes, 7 de septiembre de 2012

LA GALLINA NECIA

Como una gallina necia que empolla incansable sus huevos sin resignarse a que rompan el cascarón y ofrezcan sus virtudes o sus flaquezas a la luz del mundo: así me contemplo a veces frente a mis inéditos, calentando en secreto esas páginas mías sumergidas eternamente en el dulce océano de las promesas postergadas, esas que no saben o no quieren cumplirse.

jueves, 6 de septiembre de 2012

HASTA NUNCA

Érase una vez un universitario a quien sus padres le abrieron una cuenta en una caja de ahorros. Pasado el tiempo, aquel joven accedió a un puesto de trabajo y a una nómina que se ingresaba mensualmente en aquella cuenta. Después tuvo a bien adquirir una tarjeta para usarla en el cajero sin mayores trámites, y solo muy de tarde en tarde la utilizaba también para pagar en los comercios. Como el ahorro crecía, la entidad le ofreció reiteradas ofertas para ganar dinero con su dinero, invirtiendo en determinados productos carentes de cualquier riesgo, porque hay que aclarar que este cliente no sabe ni quiere especular con su dinero, sino apenas que se lo guarden y que no le causen molestias; así que apartó una suma y autorizó el compromiso de que se la gestionaran durante dieciocho meses. En ese intervalo, la caja hizo aguas, saltó a la prensa el escándalo de las comisiones millonarias que sus jefes se otorgaban y fue intervenida por el Estado, y luego milagrosamente adquirida por otra entidad más saneada. A todo esto, cada tres meses el titular de la cuenta tenía que acudir a su oficina, y no a otra, para pelear la devolución de esas otras comisiones, las que ellos llaman de mantenimiento; en un arranque de orgullo decidió retirar la domiciliación de la nómina y prescindir de la tarjeta. Al poco le dijeron que ya solo podían repararle la mitad de la comisión trimestral, y al cabo estos señores de la usura le negaron incluso esa mísera mitad con el sólido argumento de que la suma que había comprometido a dieciocho meses estaba a punto de vencer y tenían que esperar a ver qué hacía con ese dinero. El compromiso venció, y el mismo día lo telefoneó la cordialidad falsaria del director para recordarle el evento y, de paso, sugerirle nuevas opciones para su capital. El cliente le respondió que la única opción que contemplaba, después de veinticinco años de fidelidad y dieciocho de ellos con nómina, era coger sus ahorros y salir huyendo y no mirar atrás. El jueves 6 de septiembre de 2012 ordenó la cancelación definitiva, frente al servilismo asustadizo de un viejo empleado que casi le dio pena cuando le reclamó la parte proporcional de la comisión, unos seis euros. Tenía previsto despedirse de él y de la casa con las dos palabras que abren este desahogo, pero en el último momento lo ha ganado el decoro y una especie de felicidad en las vísceras: ¡que tenga usted un buen día!

martes, 4 de septiembre de 2012

PAÍS DE VERGÜENZA

Hace cincuenta años, mi padre arrastraba su pesado maletón por estaciones de ferrocarril hasta completar un periplo de más de veinticuatro horas y pisar el andén de su última parada, la de Beziers, en el país vecino. (Antes había dilapidado dieciséis meses consecutivos de su vigorosa juventud -renunció a los permisos, que hubieran significado más gastos para la familia- en un destacamento militar del norte de África, periodo de servicio a la patria que los reclutas de aquella España asumían con resignación o rehenes de una triste propaganda heroica). Después volvió a su tierra para casarse con mi madre, y juntos recorrieron las mismas estaciones para acabar en aquel pueblo abastecido de emigrantes españoles, Saint-Thibèry, y trabajar en las tareas agrícolas que les asignaba el patrón de la finca. Allá permanecieron cerca de tres inviernos, felices de su bonanza pero nostálgicos de los suyos, ahorrando para comprar una casa, para montar un bar, para alumbrar las criaturas de un hogar futuro. Así fue la historia, así me la cuentan. Al cabo de varias décadas tramitaron unos papeles en los que no confiaban y el gobierno del país vecino les otorgó una pequeña pensión, verdaderamente más simbólica que material -no alcanza los cien euros-, un complemento que sus manos septuagenarias reciben mes a mes con orgullo retroactivo, y que los invita a evocar con inusitada gratitud las virtudes de aquel país vecino que alguna vez les ofreció lo que el suyo les negaba.
Ayer, miles de personas residentes en España se acercaban a los mostradores de los ambulatorios para informarse del trato que recibirán en caso probable de enfermedad, personas con patologías imperiosas o con simples resfriados y gripes o con hijos menores a su cargo, personas que soñaron un país para progresar y que ahora son invitadas a volver al suyo de origen desde la sonrisa cínica de cualquier patán electo, personas en cuyos rostros más extranjeros que nunca se advertía ayer la terrible indefensión de los débiles, la dignidad vulnerada, la injusticia más elemental, e imaginaba yo el cuerpo vigoroso y la incertidumbre secreta de mi padre mientras arrastraba por primera vez, sin destino fijo pero ebrio de proyectos, su pesado maletón, hace cincuenta años.
Hoy no puedo remediarlo: me avergüenza este país, la madeja de despropósitos en la que poco a poco se nos va enredando.

lunes, 3 de septiembre de 2012

NUEVA ENTREGA

“Lo que puedes hacer, o has soñado que podrías hacer, debes comenzarlo. La osadía lleva en sí el genio, el poder y la magia”.

Verosímilmente adjudicada a J. W. Goethe, la cita la intercepté este verano en un sobrecito de azúcar moreno que tomé al azar, entre otros muchos jalonados con textos tanto o más ilustres, y que diluí en mi taza de café, sentado en el comedor de un hotel de la costa de Almería. Entonces, la pereza o la falta de estímulo la dejaron pasar con un gesto de suficiencia mientras movía la cucharilla; pero hoy, ahora, la quiero digna de alentar este inesperado regreso al ritual de las palabras inmediatas.