Asumido que los asuntos de la vida me distraen de la
literatura –y que una y otra se imantan, que no es posible su escisión a
cualquier precio-, lo razonable es acertar a reubicar en el territorio de la
ficción los asuntos de la cotidianeidad, esto es, dotar los quehaceres del
día a día de un estatus literario con vocación programática, y así, poco a
poco, con método, aprender a registrar notarialmente lo tedioso, lo efímero, barriendo siempre hacia
el lugar inviolable de los signos, hacia la conciencia perdurable del símbolo.
lunes, 24 de septiembre de 2012
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