lunes, 9 de diciembre de 2013

UM CAFÉ SARAMAGO...

Tocamos tierra la noche del miércoles, descansamos e inspeccionamos la zona durante la jornada del jueves, pero el viernes a media mañana ya habíamos alquilado un coche y en veinte minutos, casi sin percatarnos, o al menos sin la conciencia clara de estar acudiendo a una cita ineludible, estábamos detenidos entre la casa y el museo de José Saramago, en el pueblo de Tías, en la canaria isla de Lanzarote. "Siempre acabamos llegando a donde nos esperan", dijimos o pensamos en el unísono de las frases memorables.
Se nos atendió con esa amabilidad que gastan las pequeñas empresas, y mientras aguardábamos el turno, en la tienda, se deslizó a nuestra espalda una figura discreta que repartía indicaciones en voz baja. "Esa es Pilar del Río", susurré al oído. El primer guía fue soltando artificiosamente el repertorio aprendido y tantas veces repetido a los turistas de paso, y la joven que le tomó el relevo se esforzó en llamar nuestra atención sobre determinados datos y detalles biográficos curiosos, en un alarde rehumanizador, como queriendo bajar de su pedestal literario nada menos que a un Premio Nobel. El austero dormitorio con la cama de siempre, el jardín con la silla donde se sentaba a mirar el mar, la biblioteca atestada de libros antiguos y modernos que dos becarios habían catalogado en meses o en años... La visita concluía con un café -por supuesto portugués, porque era el preferido de don José- en la misma cocina donde se sentaron y comieron junto a los anfitriones otros ilustres visitadores, llámense Vargas Llosa o María Kodama. A continuación nos recondujeron a la tienda, donde entablamos conversación con Pilar, que, nos dijo, acababa de regresar de Lisboa, donde aprobó ciertos eventos futuros de la Fundación que lleva el nombre de su marido. Yo le pregunté por... y ella me dijo que... Al poco, tras lamentar los problemas de financiación de la casa y del museo, nos invitó a adquirir algo, un libro, una taza diseñada con motivos de su obra, bolsitas de azúcar con palabras del autor, un tarro del café portugués que tanto amaba José...
Fue el 26 de julio. Hoy he preparado una cafetera y he servido dos cafés de ese tarro en el que ya se vislumbra el fondo, y con el rescoldo de su aroma y su sabor paradójico aún en mis labios pongo el punto final a mi memoria de aquel viaje.

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