sábado, 8 de febrero de 2014

GESTOS DE ENTONCES

Presignarse autómatamente al pasar ante la puerta de la iglesia y también en el fragor de una tormenta con rayos y truenos, recoger del suelo el pedazo de pan caído y besarlo para seguir comiéndolo, escupir al tropezarse en la calle algún animal muerto, cruzar a escondidas el pulgar y el índice para no ser víctimas del mal de ojo, no tocar las ascuas de la lumbre para no mearnos, no pasar por debajo de una escalera, no poner una caja de zapatos sobre la cama, no abrir nunca el paraguas dentro de la casa. Gestos de entonces, rituales mínimos, inocentes supersticiones que observaba en mi madre y que todavía me acechan, apostados en una dulce anacronía inacabable.
 

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