domingo, 9 de febrero de 2014

ÍNCLITO POLANSKI

Llegas casi sudoroso, corriendo y alterado, porque te has perdido en las amplias galerías del centro comercial y en el laberinto de escaleras mecánicas que suben y que bajan. Accedes a la sala en tiniebla, progresas a tientas entre la estridencia sonora y las ráfagas de luz que anuncian próximos estrenos. Hay unas diez o doce personas sentadas por parejas aisladas, así que te adelantas en busca de una fila libre y tomáis asiento. Insonorizas el teléfono móvil, aguardas cinco, siete minutos; y poco a poco se establece una especie de suspensión o de preludio que da paso a la película. La imagen exterior de la ciudad en otoño, acompañada de una pieza de piano, nos lleva en volandas hasta el edificio del teatro cuya puerta se nos abre y entramos con la cámara. Un director que busca actriz para su versión de La Venus de las Pieles, una actriz que llega tarde a la prueba para protagonizar La Venus de las Pieles. La ficción de la pantalla se estratifica admirablemente en un juego de interpretaciones y en una muy lograda inversión de roles que, cómo no, convergen en una especie de brindis por el autor de la novela, por el ideólogo del masoquismo. Todo bajo una tenue luz de bastidores, con los medios justos, con la presencia imponente de los dos actores. Nada más, y nada menos. La prueba-ensayo concluye y la cámara se aleja del escenario y de la sala del teatro con la misma pieza de piano, y regresa a las calles oscuras de la ciudad en otoño, y los espectadores se levantan y nos levantamos de nuestras butacas, y salen y salimos buscándonos en los bolsillos, resucitando el teléfono móvil, silenciosamente, con ese extravío de la mirada que se ceba a menudo en los cinéfilos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Nada más y nada menos.
Me ha gustado el final, lo del extravio de la mirada que se ceba en los cinéfilos. Sera por el contraste de luces al salir de la pelicula.