viernes, 21 de marzo de 2014

SALUTACIÓN DE LA PRIMAVERA

Dentro del grupo humano, existe una minoría adulta, sin duda selecta, que todavía es capaz de mirar alrededor con los ojos inocentes de un niño: son los artistas, son los poetas. Artista es todo aquel que conserva, en una minúscula franja de eternidad sin tiempo, esa facultad de sorpresa y extrañeza ante las cosas más elementales, esas mismas que a los demás, a la inmensa mayoría, ya dejaron de sorprendernos y extrañarnos. El artista, y por ende el poeta, percibe la trascendencia de cada gesto en lo más pequeño e insignificante, contagiándonos su valor esencial, su sentido único. El arte de la poesía nos vincula con aquella inocencia perdida, abre nuestros ojos a esos misterios que colman el espectáculo cotidiano de la vida, misterios que, a fuerza de repetirse, nos habíamos olvidado de percibir y de sentir: una nube que pasa, una hormiga acarreando reservas para el invierno, una rama florecida de almendro, un gorrión tras la ventana, el roce de una mano, los tonos del crepúsculo, esa joven que avanza ensimismada... Todos son indicios reciclables de una voluntad que torna a gozar la belleza inmediata de la vida, excusas maravillosas para propiciar la reflexión y reconciliar nuestro ser con lo que verdaderamente importa. Después de un poema, escrito o leído, yo ya he vuelto a ser otro, y soy mejor que antes de escribirlo o de leerlo; lo que me anima a sospechar que si los hombres y mujeres escribiéramos y leyéramos más poesía, este mundo nuestro sería más habitable para todos.

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