jueves, 20 de marzo de 2014

VOCACIÓN LITERARIA

En ocasiones, de buena fe, apiadado de mi desgana transitoria o de mi autoexigencia suicida, algún amigo lector me ha insinuado que procure mantener vivos mis retales y que lo haga, a ser posible, con periodicidad diaria, pero que me habitúe a escribirlos inspirándome en la discreta observación de lo cotidiano, sin otro aliento ni propósito que plasmar lo que pasa a mi alrededor, con celo notarial, en un instante, a vuelapluma, como un simple ejercicio que no se supedite a graves pretensiones formales ni que se convierta en un inútil derroche de estilo. Qué fácil será para otros, y cuán imposible para mí. Yo, cuando escribo, no me suelo conformar si no hallo la expresión o el término que busco, sirvan estos para responder a un email privado, para proponer las preguntas de un examen, para reclamar una multa de tráfico o para completar una estrofa o el párrafo de una novela; del mismo modo, por supuesto, también cuando me entrego a estos retales que se me van cayendo de la alforja. Creo -y excuso la vanidad paradójica que encierra esta fe mía- que muy pocas veces habré escrito una sola palabra que no fuese intencionada, que no estuviera sopesada y elegida y remplazada entre todas las posibles, que no haya sido calculada más allá de sí misma; o lo que es igual: que no albergase su inevitable pizca de vocación literaria. Temo que siento el lenguaje como la especie más depurada de mi compromiso con las cosas que nombra, con la verdad de esas cosas, y temo que, en mi caso, su virulencia enfermiza ya no tiene remedio.

1 comentario:

Juan Ballester dijo...

pero ambas cosas no son incompatibles Pedro. Lo que venimos a decir, aunque sea alocadamente, es que te echamos de menos cuando callas.