martes, 10 de junio de 2014

POLÍTICA PARA MIS HIJOS

Alguien que me importa me pide opinión sobre monarquía y república, y yo trato de complacer su demanda con argumentos sencillos, salpicando mis palabras con algunas obviedades que hoy más que nunca considero necesarias, quizá porque las tertulias al uso suelen pasarlas por alto.
Muy por encima de un modelo de organización política del Estado, yo creo en la democracia (al menos en su espíritu originario), esto es, en una forma de representatividad sustentada en la libre manifestación ciudadana y en la sentencia responsable de cada voto, incluso los que se abstienen en su blanco legítimo.
Es justo admitir que la actual democracia española, con sus virtudes y sus defectos, ha cumplido un tercio de siglo bajo la presencia simbólica de Juan Carlos I, un rey que lo ha sido porque ya lo fue su abuelo y porque el dictador golpista le cedió ese honor antes de estirar la pata. Millones de ciudadanos españoles, deudores de tiempos aciagos (yo aún no, yo apenas sumaba once añitos), sancionaron en las urnas un modelo de monarquía parlamentaria a través del mayoritario respaldo a una Constitución consensuada por unos y por otros.
Ahora ese rey abdica en su heredero, indiscutido varón engendrado y alumbrado y alimentado para corroborar su destino único, instruido a tal fin desde que lo señalaron con su dedo las divinas leyes de la sangre y se le inculcó, en costosas academias y universidades y en solemnísimos eventos protocolarios, el temple convenido para serlo.
Cuando algunos reclaman el derecho democrático a decidir en referéndum la continuidad o no del régimen monárquico, mi sentido de la coherencia no tiene más remedio que admitir que sí, que el primero de todos los derechos democráticos es el poder de decidir, por la vía del voto soberano, lo que se quiere y lo que no se quiere.
Luego vendrá la disyuntiva, secundaria tal vez, entre monarquía y república, y mucho me temo que ni los paradójicos monárquicos que se dicen demócratas pero se oponen a la consulta ni los republicanos convencidos que tanto la pregonan con vocerío intransigente sospechan de verdad el imprevisible sentir de todo un pueblo que merece un respeto al menos: el respeto de ser oído.
Dicho esto, dime ahora si a ti, cuando alcances la edad legal, te gustaría o no que tu democrático país tuviese a bien, sin miedo, recabar tu opinión y la de quienes habéis nacido al filo de este siglo, de este milenio, sobre el modelo organizativo del Estado que tú y ellos preferís.
Acabo con una reflexión adjudicada al infatigable poeta de eslóganes y citas que sigue siendo Ernesto Che Guevara, una obviedad de altura histórica que en las semanas últimas ha preñado el universo digital: "Primero arremetéis contra la iglesia católica y ahora contra la monarquía. Sin duda, hay un complot internacional para acabar con la Edad Media".
Amén.

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