lunes, 25 de mayo de 2015

La chica entra al ascensor en uno de los pisos de arriba y pulsa el cero. A mitad de camino, el ingenio se detiene y se abre para que acceda un chico que vive más abajo. El saludo es tímido, huraño, fastidioso. Los dos llevan en la palma de su mano un teléfono móvil conectado con hilos a los orificios de sus orejas y no apartan la vista de sus pantallas respectivas. Concluido el descenso, cruzan el zaguán y salen a la calle. Uno toma la acera de la derecha, el otro desaparece por la izquierda. Hace apenas quince minutos, uno de los dos se ha masturbado en el cuarto de baño de su casa inspirándose en la imagen lúbrica del cuerpo del otro.

1 comentario:

Juan Ballester dijo...

la vida misma en una de sus infinitas vertientes