domingo, 14 de junio de 2015

Con motivo de la constitución de los nuevos ayuntamientos (por cierto que más de un alcaldable, como ahora se dice, debería consultar el derrotero etimológico de la palabra "ayuntamiento"), me acuerdo de un par de anécdotas que a veces refiere mi padre. La primera la protagoniza un edil local de los tiempos de Franco que adquirió un automóvil grande, un mercedes, con la idea de aparcarlo en el propio ayuntamiento; cualquier vecino le sugirió que por esa puerta no entraba, y él, jocoso, le replicó que habiendo salido de ahí, como en efecto había salido, tampoco tendría problema para volver a entrar. La segunda toma la figura de un alguacil al que unos forasteros le preguntaron por la casa consistorial del pueblo. ¿La casa consistorial...? -se extrañó, rascándose la cabeza como si tuviera que resolver un enigma con un golpe de inteligencia-. Ah sí, claro que hubo una casa consistorial hace muchos años, pero me creo que se cerró al morir su dueño; ahora me suena que los hijos no quisieron mantenerla y la vendieron.

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