martes, 30 de junio de 2015

El calendario tiene aristas, bordes afilados, fechas fijas que guillotinan la materia intangible del tiempo y abonan la ilusión cíclica de la novedad, del cambio. Así, para quienes durante buena parte de la vida fuimos alumnos y luego hemos seguido ejerciendo de profesores, el tránsito del 30 de junio al primero de julio suele significar un corte drástico que se prolonga a modo de paréntesis benéfico justo hasta el 31 de agosto, que es cuando nos sobreviene el otro corte, tan parecido y tan distinto, ese que pone fin a la mejor excusa que uno conoce para no claudicar frente al torbellino de despropósitos que ya se anuncian para septiembre.

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