miércoles, 17 de junio de 2015

Para ganarle horas al avance de la barba, mi padre siempre se afeita por la mañana temprano, con una navaja que adquirió en Ceuta hace más de medio siglo.
Afeitándome esta mañana se me ha ocurrido que delante del espejo los hombres tendemos a quitarnos aquello que nos oculta la cara, mientras que las mujeres más bien tienden a ponerse algo, a enmascararse con afeites. De pronto comprendo que la vieja alcahueta Celestina solo podía ser una vendedora de ungüentos a domicilio, que no podía ser otra su ocupación. Y al pasar la cuchilla por debajo del labio me viene una idea para un guion de cine o para una novela, una de esas ideas que uno arroja al fondo del cajón y que seguramente nunca tendrá el tiempo o la voluntad de afrontar.
Las intuiciones literarias, los chispazos de la imginación, suelen asaltarme generalmente cuando leo, cuando conduzco solo y cuando me afeito la barba.

No hay comentarios: