martes, 2 de junio de 2015

Pasada la medianoche, acudí adonde mi hija me había citado para recogerla. Centenares de jóvenes campaban en la amplitud de esa zona de la periferia, en grupúsculos que semejaban tribus danzantes alrededor de una bolsa con botellas y cubitos de hielo. Los altos tacones de las adolescentes llamaron mi atención. Muy cerca parpadeaban los neones de lo que hoy denominan locales de ocio, y en la otra parte dormitaba, vacío, el vasto aparcamiento de una superficie comercial. Cuando Helena subió al coche me embargó una inmensa distancia, como si de pronto claudicara del espectáculo de esa juventud temeraria en cuyas filas yo también milité, y en la que no hace tanto me zambullía con nostalgia. No, no querría volver para empezar de nuevo, para tener que transigir con las imposiciones y los trámites de una edad que solo es hermosa en el recuerdo. Sentí, sobre todo, una ilimitada pereza.

1 comentario:

Juan Ballester dijo...

Magnífico, universal.