lunes, 9 de enero de 2017

Casi con el final de 2016 concluí Alegría, un libro de un tal Osho. El ejemplar estaba por ahí, me vio y lo vi, me alcanzó o lo alcancé, me lo llevé a mi rincón o me fui yo al suyo y me puse a leerlo. Tardé unas cuantas veladas, pero lo terminé, incluso con algún que otro renglón subrayado. Aquí no hay espacio para una recensión cabal, así que me la ahorraré. Solo digo que he fijado en mí, gracias a él, media docena de ideas que, creo, me van a ser muy útiles para afrontar el día a día.
Entre bromas y veras, a alguien se le ocurrió que estaba leyendo uno de esos pastiches que, en los anaqueles de los grandes almacenes, se catalogan como libros de autoayuda. Yo, orgulloso y mordaz, casi dolido por el golpe bajo, repliqué que, si bien se entiende, no hay libro en este mundo que no sea finalmente de autoayuda, desde los de Homero hasta el último de nuestros contemporáneos, pues qué sino ayudarse en uno u otro sentido es lo que buscan en la lectura lectores como yo.
Solo ahora reparo en la justicia proverbial de aquellas palabras mías, dictadas por la situación.

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