miércoles, 11 de enero de 2017

Iba a teclear "entre bromas y veras" y cuando cerré el texto, al repasarlo, me di de bruces con "entre brumas y veras". Me quedé mirando la locución, en actitud divertida, como si aún me sorprendiese que de lo más inesperado pueda surgir y resplandecer una asociación novedosa, original, de vocación poética.
Tirando del hilo, creo recordar -debí leerlo en Como la sombra que se va, pero ahora no doy con la página- que la palabra "bruma" también propició, felizmente, el nombre Burma, inventado por Muñoz Molina gracias a la casualidad de las erratas, sin querer, para El invierno en Lisboa.
Siempre que se habla de estas cosas evoco aquel gazapo antológico, espléndido, que se coló en cualquier edición de alguna novela del XIX, cuando la princesa tenía que fruncir el ceño, como de costumbre, y una vocal oportunísima se trocó en otra para que frunciera el coño.
Luego, mientras corregía mi u, se irguió en la memoria ese otro título, intencionado, genial, que tanto envidio: Zozobras completas, de Javier Krahe.

1 comentario:

Sergio Fernández Salvador dijo...

Entre brumas y veras, no es mal título para un libro.