sábado, 7 de enero de 2017

La escritura de diarios -o, ahora, de tantos blogs que, como este, se publican a golpe de tecla gracias a la tecnología- posee una irremediable dosis narcisista más o menos visible, más o menos inteligente o vergonzante. Se quiera o no, se disimule o no, el autor se apresta en todo momento a mostrarse, a declararse, a exhibirse desde su ventana.
Casi en la misma medida, quienes nos acercamos a leerlos y los seguimos con fidelidad compulsiva proyectamos en ellos una presencia voyeurista, inmediata, deseosos de saber los entresijos cotidianos, de conocer los meandros del pensamiento, de rastrear día a día las lecturas, los viajes, los azares.
Nos necesitamos, nos buscamos. Y de vez en cuando nos encontramos y compartimos un trecho del camino.

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