lunes, 6 de febrero de 2017

Un artículo: Bagatela sobre el doble rasero.
Hay evidencias tan clamorosas que pierden crédito cuando se verbalizan.
Me llega de refilón la noticia de que varios periodistas a sueldo de la Radio Televisión Española -entidad de servicio público gestionada con fondos públicos- han denunciado supuestos y continuos tratos de favor al informar sobre dos clubes de fútbol de indudable raigambre y trayectoria en la conciencia colectiva -léase el Real y el Atlético, ambos de Madrid-, en detrimento de un tercero quizá menos arraigado en estas latitudes -el FC Barcelona-, pero que, hoy por hoy, si examinamos el promedio anual de resultados y la ulterior remesa de títulos, acumula méritos deportivos tan encomiables como en el caso de los otros, si no más.
El doble rasero en la interpretación de los lances del juego, la diversa vara de medir cuando se alude a desafíos y provocaciones, el impudor profesional cuando se relativizan los éxitos y se exageran los fracasos -o viceversa- de los unos y los otros, o cuando directamente se ningunean, o cuando se cotejan los respectivos titulares y cabeceras, o cuando se confunden los pitos con las flautas: todo eso era una realidad con la que habíamos aprendido a convivir aquellos aficionados del universo futbolero que nos fijamos un poco más que otros en los recursos tendenciosos de la lengua castellana. Así que nada de esto nos sorprende.
Si el mediático atropello lo produjera -como de hecho lo produce, y con qué encono- alguna de esas cadenas de capital privado a cuyos redactores, presentadores, locutores y fanáticos de feria se les ve tan nítido el plumero de sus preferencias, yo me indignaría cordialmente, o sonreiría como de costumbre, y por la mañana lo compartiría entre ironías y cinismos con mis iguales en la causa, en el ratico del almuerzo. Pero es que la denuncia expresa señala sin titubeo a esa sacrosanta institución patria que es la Radio Televisión Española, también la tuya, también la mía, la que tú y yo costeamos con un pellizco de nuestros impuestos.
No se trata solo de un momentáneo fraude de objetividad en el noble ejercicio del periodismo, sino de una quiebra ética que ya es tradición, que ya se percibe desde la naturalidad de la costumbre.
Supuestamente.

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