martes, 28 de febrero de 2017

Estaba con el mando en la mano, pulsando el botón maquinalmente, cuando surgió un documental que no conocía sobre el atentado que destruyó las Torres Gemelas de Nueva York. Se nutre de grabaciones realizadas por usuarios que estaban o pasaban por allí, o que vivían en apartamentos con vistas al escenario de la tragedia. El montaje es pulcro, dotado de una discreta vocación de intriga, y respeta minuto a minuto el orden en que se encabalgaron las informaciones y los hechos. No escasea el plano demorado de quienes ese día se convirtieron en testigos inmediatos de la historia, individuos anónimos cuyos rostros miran incrédulos en dirección a la humareda y a los cuerpos que se arrojan desde las ventanas, oficinistas que bajaron a tomar algo o que se habían retrasado por cualquier causa, agentes de policía y bomberos que trajinan sin demasiada fe y que tal vez perecieron más tarde, a consecuencia del derrumbe que nadie supo prevenir. Es dificil no conmoverse, no sentirnos absorbidos por la desolación de las imágenes, por más que uno se repita que lo que muestran esas dos horas de película ya ha cumplido tres lustros. La cama nos recibe bien entrada la madrugada, preguntándose de qué infierno regresa nuestro insomnio.

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