lunes, 20 de febrero de 2017

Hemos observado últimamente, más aún desde que de puntillas llega a la manivela, que no para de cerrar puertas. Un día de la semana pasada le dijo a su madre la razón: lo hacía para que no entraran monstruos; así que su madre me insinuó que le inventara un cuento a propósito, con pedagogía disuasoria. De ahí la fábula del monstruo que tenía miedo. Yo nunca había escrito para niños, pero reconozco que me divierte improvisar historias que se recrean en la inmediatez, argumentos simples que sin embargo enristran peripecias inauditas, a menudo disparatadas, oníricas. Mi experiencia sabe que los entretienen y relajan, y que no pocas veces, si el clima es propicio, alcanzan el objetivo de dormirlos. En el caso del monstruo que tenía miedo no lo tengo tan claro, más que nada por su brevedad, de modo que ya me veo añadiendo pormenores efímeros y estirándolo como un chicle cuando me decida a leérselo.

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