miércoles, 8 de febrero de 2017

La cosecha de enero ha sido generosa. Saneo en archivo aparte las anotaciones de todo el mes (al final rescato treinta y siete) y pongo a salvo los pequeños deslices de la inmediatez, que se cuelan hasta en el más depurado de los borradores. Debo estar satisfecho, me digo, más aún si reparo en que durante los últimos coletazos del año anterior estuve muy tentado de abandonar para siempre el cauce incierto de estos retales y dedicar mi tiempo, siempre escaso, siempre cautivo, a razones en las que se presume mayor rentabilidad o alcance literario. Sin embargo, un soplo calmo que viene de no se sabe dónde ha reavivado la llama, la ha disciplinado y le ha otorgado una preeminencia definitivamente dietarista, lo que de momento basta para saciar mi empedernida propensión al apunte. Hoy por hoy, y a falta de otras opciones, quizá sea este el mejor libro que uno es capaz de ir escribiendo, porque se va dejando escribir él solo, día a día, hora tras hora, picando de aquí y de allá.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¡Me alegro de que así sea!