jueves, 23 de febrero de 2017

Razones imperativas (llámese indisposición del niño) me mantienen en casa toda la mañana, tras una noche de interrupciones y turbulencias, de mal dormir. El tiempo transcurre lento, espeso, con una textura gelatinosa. Los ruidos de la calle y de las vías próximas igualarán los decibelios de cualquier otro jueves, pero a mí me llegan con un extraño murmullo, como si mi presencia intrusa en este día y a esta hora auspiciara un mensaje que no sabré descifrar. Siento que me muevo en un oasis transitorio, hurtado a las responsabilidades propias de la jornada laboral. Ahora el niño se ha vuelto a dormir.

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