miércoles, 22 de marzo de 2017

Con suerte o sin ella, le faltan más de diez años para liberarse definitivamente del trabajo al que acude y lo mantiene. La otra tarde se sorprendió a sí mismo fantaseando con ese futuro, coqueteando con el sueño de la cada vez más cercana jubilación y poder dedicarse a otras cosas que, así lo cree él, son las que de verdad anhela, las que llenan la ilusión del porvenir. Qué enorme torpeza... Y cuánta ingratitud habrá de acumular en el tramo baldío que discurra entre ese hoy y aquel entonces...
Habla su conciencia; sus dedos lo teclean.

1 comentario:

Juan Ballester dijo...

Modestamente uno ha llegado a ese momento. Y te aseguro que nada tiene de gratificante, ni de liberador, porque no se trata de lo que uno puede hacer a partir de entonces, sino de la poca vida que te queda -en todas sus acepciones- para poder realizarlas. Y lo que es peor: en cierta manera te retiras del mundo, de la revitalizante obligación que supone pertenecer al mundo.

No sueño tanto con ese momento, más bien sé consciente del momento que vives.

La voz de la experiencia