jueves, 23 de marzo de 2017

Elegir la lectura que nos acompañará diez o quince minutos cada noche, antes de apagar el foco y cerrar los ojos, no es tarea simple. A mí me gusta disponer de un par de libros al alcance, para turnarlos, títulos cuya letra sea grande y su composición fragmentaria, y a ser posible condescendientes con un hombre que, a mi edad, fija el despertador a las siete, transcurre por varias aulas, vuelve taciturno y no puede perder tiempo en someterse al rito de la siesta. De modo que cuando el cuerpo recupera su horizontalidad primigenia, a eso de las once y pico o las doce, ya a mi espíritu no le queda ánimo para demorarse con las palabras de otros. Hace rato que vivo curado de insomnio, sí; pero entre tanto los días se suceden y yo no me decido a dignificar la superficie lisa de mi mesilla de noche. De mañana no pasa.

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