miércoles, 15 de marzo de 2017

Mi padre tenía 57 años cuando murió el suyo, y 65 cuando murió su madre; ambos habían alcanzado los 90.
Mi madre tenía 53 años cuando murió la suya, y 61 cuando murió su padre; ella contaba 77 y él 90.
Ahora mis padres tienen 78 y 75, respectivamente.
Yo, que discurro por la implacable medianía de mi año 50, ya observo por detrás, incesantes y veloces, con vértigo anticipado, los casi 19 de Helena, los 16 de Federico, los dos de Darío.
Son datos objetivos que calculo sin moverme de mi silla, como un juego de la voluntad, frías cifras que se me imponen sin quererlo y que no buscan ninguna conclusión.
Pero siempre la hay.

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