domingo, 30 de abril de 2017

Retales para hilvanar unas memorias:
1. EN LA OLIVA.

sábado, 29 de abril de 2017

Todo es provisional, todo efímero; todo alberga un final de proporciones humanas. ¿Y eso te atormenta? ¿Acaso sufrirías menos si supieras que no lo es?
La extravagancia solo rinde prestigio si se cultiva con criterio, esto es, bajo la bandera de la coherencia, guste o no guste, se la vitupere o se la ensalce. Tal es la virtud que distingue a un genio de un loco; salvo que la historia del mundo ha acuñado honorables ejemplos -sin duda excepcionales, tanto en la realidad como en la ficción- en que no es prudente decantarse a un lado ni al otro: ¿qué fue el Nietzsche pensador antes de abrazarse al caballo y firmar como El Anticristo?, ¿qué fue Alonso Quijano mientras se aventuraba por los caminos de La Mancha e improvisaba discursos para los pastores de cabras?

viernes, 28 de abril de 2017

Cuando ya la primavera nos había embaucado con su generosa avanzadilla, se insinúa de pronto esa especie remolona del invierno que confunde atmósferas y estaciones, y nos fuerza a sacar del armario abrigos que habían sido desplazados y arrinconados hasta que se postule un nuevo octubre. Esta propina inoportuna de cielos grises y paraguas tímidos que hoy nos ensucia los zapatos y enfría nuestra espalda, que debilita músculos y trastorna pensamientos, será mañana la certeza incontable de los días de sol y la templanza sucesiva de sus noches. Llámese astenia primaveral un poco pasada por agua.  

miércoles, 26 de abril de 2017

La mañana prometía la irrupción en el aula de una pareja de actores que vendrían a representar un fragmento de ¡Ay, Carmela!, la exitosa obra de Sanchís Sinisterra. El enmarcado de la escena, entre la violencia verbal que presupone el enfrentamiento pactado conmigo -esto es, con el profesor, con la autoridad desautorizada por unos intrusos ante la mirada atónita de sus alumnos- y el ejercicio que sirve de colofón, deliberadamente precipitado, sobre los tres objetos que cada uno cogería de su casa si tuviera que salir aprisa por la inminencia anunciada de un bombardeo, ha sido no menos efectivo que efectista. Teatro al servicio de la memoria necesaria, teatro frente a la ignorancia y el olvido, teatro para alumbrarnos muy adentro, para escocernos ahí donde todavía nos sabemos personas.
Por la tarde, escucho en la radio que hoy -precisamente hoy, con una exactitud que sacude todas las geometrías- se cumplen ochenta años desde el bombardeo de Guernica, ese que arrasó la ciudad y se llevó consigo más de un centenar de muertos civiles, ese que, poco después, ocupó a Pablo Picasso en su cuadro más emblemático.

martes, 25 de abril de 2017

Hace poco, sorpresivamente, le oí decir -aún me sorprendo de la naturalidad con que lo dijo- que estaba conforme con todo lo que había hecho, que no se arrepentía de nada, que haría lo mismo si volviera atrás en el tiempo. Creo que su conciencia no manejaba el típico porcentaje de aciertos y errores con el que, considerado a posteriori, tanto nos castigamos a partir de cierta edad, sino que percibía su propia vida como un contínuum, como un desarrollo ininterrumpido en el que cada efecto justifica su causa, aceptando no tanto el resultado como el criterio aplicado a cada una de sus decisiones. Mi padre.

lunes, 24 de abril de 2017

Reecuentro inesperado con el borrador manuscrito de lo que -supongo- aspiraba a ser un poema a su debido tiempo. Está en una página -con la esquina doblada por arriba- de la agenda que utilicé en 2015, que me he puesto a hojear distraídamente mientras buscaba otra cosa. Ahora, de pronto, ya no sé si la tentativa tiene arreglo, si vale tal como la recupero o si acaso la fui puliendo en otra parte y ya no lo recuerdo. Quede, pues, así, en su eterna y venturosa provisionalidad:
Para todos nosotros
nace el día con sus dones.
Para quien poco espera,
para quien tanto aguarda.
Del último al primero,
dones y días y hombres.

domingo, 23 de abril de 2017

Siempre hubo una isla desierta a la que alguien se empeñará en que nos llevemos un solo libro. Lo determinante no es si existe tal isla, sino cuánto tiempo se nos permitirá permanecer en ella con ese único libro.
Mi respuesta, esta vez, va a ser más meditada que de costumbre. Si adopto un criterio desenfadado y festivo, digo que me llevaría el Manual del perfecto náufrago, broma que le escuché hace siglos a un premio Nobel de Literatura que pasó por la ciudad y dejó su impronta. Si me decanto por la legítima verdad, so pena de resultar poco ingenioso y nada original, acaso un fraude a las expectativas del auditorio, digo que me llevaría El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, porque de cuantas novelas he leído es, con absoluta certeza, la más vasta en nuevas sugerencias y reinterpretaciones. Si prefiero mostrarme genuino sin que ello suponga agravio a la sinceridad, digo que me llevaría las siete partes de En busca del tiempo perdido, porque aún no lo he leído y me daría, sospecho, entretenimiento para rato.
Otra cosa es si se me pregunta qué único libro de mi biblioteca salvaría de un incendio, o qué único libro de los escritos por los hombres y las mujeres de este mundo indultaría de una conflagración universal.
Buena jornada para redireccionar este discurso fechado en marzo de 2009, acerca de mi memoria de lector: Leer para vivirla.

sábado, 22 de abril de 2017

"El arte es compromiso y es sigilo".
Lo escribí en Necedarius, el libro más críptico que he dado al papel, el más inasequible también (alguien habrá que lo juzgue pretencioso), el más agradecido de mis líricas insolencias.
Conocí a nueve lectores que acaso entendieron algo o que creyeron entender (AGuirado, ASalom, DLópez, JA Martínez, JF Kosta, JM de Paco, MA Orfeo, Marta y Pepe), o que de sus ulteriores observaciones y comentarios deduje yo que entendían (Pepe y Marta, MA Orfeo, JM de Paco, JF Kosta, JA Martínez, DLópez, ASalom, AGuirado). Lo demás fue silencio: ni una sola reseña en un solo medio reseñable.
La obviedad es que el tiempo no ha sido benévolo con ninguno de mis títulos. Si la meta continúa siendo el olvido (como quería Borges), mi obra y yo debemos estar muy cerca de merecer el podio.
No obstante, el endecasílabo de arriba aún me parece válido. Y también estos tres (o dos y pico), verdaderamente premonitorios:
"He muerto ayer pero he muerto
Conmigo.
El epitafio es noble si son nobles
Los labios que repiten el misterio".

viernes, 21 de abril de 2017

Viaje de unas horas a la casa de los padres, hoy. No me imagino cómo será no haber nacido en un pueblo y haber huido de él, no conservar la referencia de un espacio mítico rural que contenga la memoria de los años y al que poder regresar de vez en cuando.
Recién llego, ellos sacan del horno su bizcocho artesano rectangular, de casi medio metro; yo, según habíamos previsto, les amaso la base para la pizza (aceite, cerveza y harina con unos granos de sal) y dispongo los ingredientes que sé que les gustan. Hemos hablado y hemos comido. Antes, en el huerto, le hice dos fotografías a mi padre, discreto y orgulloso, emergiendo de su pequeña plantación de habas, como un expedicionario entre matas tan altas como él. Luego he ido a las estanterías y, por enésima, he recolocado los libros buscando otro modo, un criterio definitivo y unánime que sin embargo nunca acaba de satisfacerme. Al caer la tarde deposito en el maletero las habas, una gran bolsa de naranjas, un manojo de ajos tiernos, un pedazo de aquel bizcocho que tanto echaré de menos cuando ellos falten.
Mi padre me despide desde la puerta, con un gesto de la mano. Mi madre se fue a caminar con una vecina.

jueves, 20 de abril de 2017

Hablar de fútbol es ceder a la frivolidad, someterse a los mil credos que apuntalan esa fe, dar pábulo a la inocencia presunta y presuntuosa de sus pasiones, contribuir a la desmesura ética y al disparate mediático, rebajarse.
Hablar de fútbol es siempre hablar de otra cosa.
La única educación posible es la que se sustancia en el ejemplo, tanto en el bueno como en el mal ejemplo. De tal palo... ya se sabe. La rigidez normativa y las prohibiciones no bastan, y tampoco los discursos, que en demasiadas ocasiones apenas sirven para disuadir de sus mismas razones, o bien para confrontarlas, para afearlas.
Si quieres que tus hijos lean libros o que respeten el medio ambiente o que no sean reos de una máquina dispensadora de imágenes veloces, lee tú con ellos, o al menos lee tú para que ellos te vean leer, sé tú respetuoso con el mundo y que ellos te vean serlo en tu hora cotidiana, no te abandones tan fácilmente a la facilidad de cuanto repudias cuando no eres tú quien lo practica.
Parece una edulcorada proclama publicitaria, una cuña pastelosa con estrategia de mercado; pero así lo entiendo, y así se me confirmó este mediodía: aguardaba yo con Darío, junto al paso a nivel, sin precipitar mis urgencias, paciente, y me ofuscaba y me indignaba a partes iguales porque otros padres y otras madres con su respectiva prole, pequeñajos de la mano o sujetos al carrito, se aventuraban a atravesar la vía pese a la ruidosa señal de alerta. Todo un ejemplo.

miércoles, 19 de abril de 2017

Día sin molla, con todo el tiempo para no hallarlo, para echarlo de menos antes de que se borre, para quejarnos de su promesa incumplida y de su fórmula naturalmente efímera, huidiza, frágil.
Tocaba dedicar la tarde al coche, perderla en él, y así ha sido. Primero la tantas veces postergada reposición de aceite y filtros; después, la visita por ley a una de esas superficies de inspección técnica donde se somete a control y examen, previo pago de las tasas oficiales. En total, más de cuatro horas pendiente de la desgana de los sucesivos operarios, aburrido de observarlos yendo y volviendo en el trasiego exasperante de sus vidas, tan cansinos y tan tristes, tan agrios.
Pocos lugares (para mí) más inhóspitos que un taller mecánico de vehículos a motor. Por aquí la mugre y el hollín, las manchas residuales, esa amalgama sucia de polvo y lubricante; por allá la propia estética, el paisaje de acero y hojalata, la sordidez pesada de las herramientas, la insufrible metalurgia de las piezas y las cosas, los ruidos y olores, un gato que cruza con un ratón en la boca.
Ya en casa, enemistado conmigo mismo, me propongo relajarme (es un decir) mientras miro en la pantalla silenciada del televisor cómo agoniza otro partido de fútbol.

lunes, 17 de abril de 2017

Durante mucho tiempo, el sentido común y la sensatez supieron avanzar juntos, de la mano, o quizá es que la una no era más que una cualidad del otro. Conforme dilapidamos este presente que para nuestros nietos constituirá el pasado, la historia con minúscula y la Historia con mayúscula, me doy cuenta de que el sentido común y la sensatez han echado por caminos distintos, a menudo opuestos. Basta mirar alrededor y tratar de ver; basta mirarnos de frente en cualquier espejo.

domingo, 16 de abril de 2017

No hay vuelta a Cioran que no compense, sea por su fatalismo, sea por su lucidez. Abra el libro por donde lo abra (hoy, al azar, por la sección VI de Del inconveniente de haber nacido), siempre hallo el dardo exacto, la revelación cómplice, el nihilismo sin fisuras: "La sustancia de una obra es lo imposible: lo que no hemos podido lograr, lo que no nos podía ser concedido; es la suma de todas las cosas que nos fueron negadas". Y más abajo: "El único medio de salvaguardar la soledad es hiriendo a todo el mundo, empezando por aquellos a quienes amamos".

sábado, 15 de abril de 2017

En los canales de televisión local -todos los municipios han patentado el suyo propio- se escenifica de continuo la autocomplacencia pueblerina y el regodeo en un modelo de identidad tergiversado por los culturetas del lugar. Da pasmo ver y escuchar a quienes desean mostrarse y dejarse oír, repetidos en la pantalla de cada vecino, y cualquier manifestación del orgullo de pertenencia se interpreta patético e impostado, irremediablemente ridículo. Lo difícil es asumir la marginalidad, juzgarse ajeno.

viernes, 14 de abril de 2017

Escritura como resarcimiento: de lo vivido y de lo no vivido; pero también del sinvivir y de todo lo invivible.
El poema que surge de las vísceras se justifica en ellas y por ellas, y es acaso más luz y más poema.

jueves, 13 de abril de 2017

En 2004, mis paisanos me encomendaron el pregón de turno para ensalzar la Semana Santa del pueblo. Fue una temeridad (por su parte) y un sonoro desafío (por la mía). Aunque cada año que pasa soy menos semanasantero, me picó el orgullo y acepté, sabiendo que la de Moratalla podrá ser cualquier cosa, pero no santa. Escribí un manojo de folios que, ahora releídos, me parece que dicen bien lo que aquel niño y aquel joven sintieron cuando se acercaba cíclicamente la época de los tambores, o lo que el adulto de hoy desea entender que sentían. Léase aquí.

miércoles, 12 de abril de 2017

Aviso para inconformistas de conciencia: muchos de nuestros errores del pasado fueron antes proyectos de futuro.
La única gran guerra -lo expreso así, aun a riesgo de parecer frívolo- es la que cada cual libra consigo mismo. Ninguna batalla es decisiva, ni siquiera la última. Y todo acaba en tablas.

lunes, 10 de abril de 2017

Horas de arena y sonidos de mar bravo. Somos la fragilidad de cada instante, la adormecida inercia que sabe nuestros pasos y averigua nuestras detenciones y caídas. Quiero aprender a respirar aquí, oxigenar mi alforja, limpiarme los pulmones y la sangre con una buena ración de indiferencia.

domingo, 9 de abril de 2017

Siempre la Luna guarda un recado para los que la miran. Hace un momento, mientras volvía de arrojar varias bolsas con desechos a los depósitos que la autoridad dispone, me ha susurrado estos versos que me apresuro a registrar:
Soy la misma de ayer, la de mañana;
la que existe en los ojos de los hombres
que fueron y serán, como en los tuyos.
A todos sobrevive mi presencia
redonda y femenina, el hechizo
que dice su misterio a los que aman
y asesina a un poeta cada noche.
Guárdate de ser tú, vuelve a tu nido.

sábado, 8 de abril de 2017

Se llama vacaciones, pero no es cierto; o, al menos, no es del todo verdad.

viernes, 7 de abril de 2017

Echo cuentas desde la modorra de sofá que mira al techo y concluyo que, si dispusiera de tiempo a mi antojo, aún necesitaría un sexenio solamente para inventariar las empresas aplazadas u olvidadas y para retomar y definir los antiguos borradores; esto es, para poner orden en las cosas mediadas y, por así decirlo, limpiar mi currículum de frustraciones. Sería entonces, si dispusiera de más tiempo a mi antojo, cuando uno podría entregarse a nuevos proyectos, muchos de ellos ya esbozados o guardados bajo llave en algún lugar de la memoria, y volver a disfrutar de una obra por delante.
Soñar despierto se encarece por horas.

jueves, 6 de abril de 2017

Me bajo de un salto en la parada del Palacio de Justicia, ávido de callejear por el centro. Aunque no he sido ningún calavera, ningún noctámbulo de los de antro fijo y camaradería de barra, tengo años para reconstruir en cada esquina ese rostro y esa imagen de entonces, esa anécdota perfectamente ubicada que ahora se recrea en la memoria. He vivido en varios inmuebles de la zona, he dejado parte de mí en todos ellos.
Mis huesos acaban, como de costumbre, en una librería, donde paso revista al expositor de novedades. Entre ellas, De qué hablo cuando hablo de escribir, un sugestivo título de Murakami que a mí me retrotrae a De qué hablo cuando hablo de correr (maratoniano Murakami) y que al más simple rastreador de títulos ha de llevarlo sin duda al clásico De qué hablamos cuando hablamos de amor, los cuentos de Carver. He estado a punto de comprarlo.
Después reparo en una selección, aun así voluminosa, de los diarios de Paul Léautaud, aquel personaje. Abro al azar por el viernes 7 de abril de 1944, y leo: "Al volver de mis compras, me he encontrado con Picasso, en la calle Jacob. Yo estaba en una acera; él, en la otra. Ha cruzado para venir hacia mí"; y continúa con el registro de la breve conversación que ambos sostienen sobre la guerra que se está librando en Europa. He estado a punto de preguntar el precio.
Cuando salgo, el sol todavía no se ha ido de los edificios más altos.

miércoles, 5 de abril de 2017

De pequeño, en mi pueblo no se sabía lo que era un pediatra, o al menos mi inocencia de niño no conoció a ninguno. Médicos había dos, el gratuito que lo atendía todo y a todos, y el de paga, que aceptaba visitas en una sala de su propio domicilio. Si el médico de familia así lo creía, derivaba al enfermo a una consulta específica en Murcia, la capital, para que lo vieran y trataran otros ojos y otras manos más experimentados, lo cual significaba dos horas de ida y dos de vuelta en el viejo coche de línea, más la propina de un día desperdiciado entre ruidos y distancias, comiendo la merienda en cualquier banco de cualquier parque, ninguneado por la urbe, con una indescriptible sensación de extravío.
Con el ejercicio de la paternidad he frecuentado a unos cuantos pediatras, y en verdad que los hay para todos los gustos. Unos son más alarmistas y otros interpretan los síntomas con una naturalidad pasmosa; unos escupen su diagnóstico casi con rencor y otros se demoran explicándolo con afectación pedagógica; unos se hacen con la voluntad del paciente desde que entra por la puerta y otros lo auscultan con remilgos y lo trastean temerariamente, como si fuera un trapo o un robot.
Hoy me he topado a un pediatra que, pese a rozar la edad de jubilación, aún no conocía, un hombre a quien no sé dar nombre y que se define en la medianía de cualquier extremo, sobrio y amable en la medida justa, discreto, dibujado en unos rasgos que no sabría recordar.

martes, 4 de abril de 2017

Uno llega exhausto, casi sorprendido de que le quede un resto de energía para destapar aún el ordenador y poner los dedos sobre el teclado. Tantos asuntos pendientes, tantas tareas circunstanciales que no se terminan nunca, tantos aplazamientos forzosos que supeditamos a los hábitos domésticos, tantas urgencias que imponen su criterio confuso. Ahí me aguarda la novela estancada desde hace un año, por aquí y por allá los poemas que se me extraviaron sin darles al menos el cobijo de un volumen y que a esta altura ya no sabría recuperar, y sobre todo, por todas partes, las ganas cautelosas de emprender algo nuevo, la necesidad de concederme la ilusión de un orden perdurable.
Con los ojos enrojecidos de cansancio, agotado el cerebro, sin ideas sensatas, dejo atrás los renglones y vuelvo a cerrar la máquina. Me desnudo a tientas y compruebo que sigue activa la alarma que me despertará mañana, como cada mañana, fija en la misma cifra.
Ya duermo.

lunes, 3 de abril de 2017

La técnica es un instrumento al servicio del talento; la disciplina y la voluntad, también. Cualquier inversión en el sentido de los factores abrirá mil puertas a la impostura y a la mediocridad, aunque no es improbable que por alguna de esas puertas se cuele el espectro de lo que llamáis éxito.
El primer verano apareció un gato que se dejaba querer y lo bautizamos Rubén, para que fuese inseparable de Darío; el siguiente ya merodeaba un rival al que le pusimos Gustavo, para que se prolongara la estela de poetas ilustres. Rufino estuvo en su mano unos minutos, pero desde entonces todos los caracoles que nos salen al encuentro llevan el mismo nombre. También se presentaron los perritos Toby y Nico, uno marrón y el otro blanco, cuya mamá, invariablemente, solo puede ser Helena.
Poco a poco fueron llegando las reproducciones de plástico: los inseparables Ramón, el elefante, y Manolo, el león; las dos cebras idénticas que la intuición llamó Rosana y Felipa; el mamut Carlos, que extraditó Federico de su intercambio francés; la jirafa Rafa; el dinosaurio Florentino. Hay un rinoceronte y un hipopótamo que permanecen aún sin etiquetar, en su limbo de juguete.
A la mona Saltarina del cuento de papel y al cocodrilo Drilo de la pandilla de moda, ya con sus respectivas nominaciones de origen, hubo que añadir el ejército de peluches: la vaca Lola (que tiene cabeza y tiene cola), el elefante Pepe (insólita asignación del propio Darío) y un largo etcétera que todavía no ha merecido el preceptivo baño del Jordán.
Mientras haya quien nos nombre, sabremos que existimos.

domingo, 2 de abril de 2017

Entre la caricia y la cosquilla se libera el preciso dominio del placer; salvo que la naturaleza indomable -que huye de convenciones, que coquetea con lo mórbido, que suscribió un pacto secreto con lo prohibido y extremoso- también indaga su verdad por otros cauces.

sábado, 1 de abril de 2017

Mi afición a las frases elocuentes, a los aforismos y sentencias, viene de lejos. Todavía no me afeitaba la barba cuando leí o capturé al vuelo estas palabras que luego registré en cualquier cuaderno: "El Arte es una amante celosa, que no admite rivales". Es probable que desde entonces me haya afeitado alrededor de cinco mil veces, según una estimación aproximada, y que me haya susurrado esas mismas palabras en cientos de ocasiones, y que mi fe se haya inclinado ante el compromiso noble que destilan. Sin embargo, hasta hoy no había reparado en que nunca me las tomé demasiado en serio (ya saben: me casé dos veces, tuve tres hijos...). Sé que la mayor parte de quienes se sueñan artistas han afrontado algún día la dolosa disyuntiva de elegir entre acomodarse a una forma de vida y entregarse a la tiranía de una obra. Yo no: yo nunca calculé seriamente que una familia (o dos) pudiera ser impedimento para mi carrera literaria; yo siempre confié en que ambas, familia y carrera, se realizarían codo con codo, sin estorbarse, cómplices de un único destino; yo...
Temo que hasta el último latido me acompañará la duda de lo que hubiera podido ser (de un lado) si no hubiera sido cuanto fue (del otro lado).