jueves, 13 de abril de 2017

En 2004, mis paisanos me encomendaron el pregón de turno para ensalzar la Semana Santa del pueblo. Fue una temeridad (por su parte) y un sonoro desafío (por la mía). Aunque cada año que pasa soy menos semanasantero, me picó el orgullo y acepté, sabiendo que la de Moratalla podrá ser cualquier cosa, pero no santa. Escribí un manojo de folios que, ahora releídos, me parece que dicen bien lo que aquel niño y aquel joven sintieron cuando se acercaba cíclicamente la época de los tambores, o lo que el adulto de hoy desea entender que sentían. Léase aquí.

No hay comentarios: