miércoles, 26 de abril de 2017

La mañana prometía la irrupción en el aula de una pareja de actores que vendrían a representar un fragmento de ¡Ay, Carmela!, la exitosa obra de Sanchís Sinisterra. El enmarcado de la escena, entre la violencia verbal que presupone el enfrentamiento pactado conmigo -esto es, con el profesor, con la autoridad desautorizada por unos intrusos ante la mirada atónita de sus alumnos- y el ejercicio que sirve de colofón, deliberadamente precipitado, sobre los tres objetos que cada uno cogería de su casa si tuviera que salir aprisa por la inminencia anunciada de un bombardeo, ha sido no menos efectivo que efectista. Teatro al servicio de la memoria necesaria, teatro frente a la ignorancia y el olvido, teatro para alumbrarnos muy adentro, para escocernos ahí donde todavía nos sabemos personas.
Por la tarde, escucho en la radio que hoy -precisamente hoy, con una exactitud que sacude todas las geometrías- se cumplen ochenta años desde el bombardeo de Guernica, ese que arrasó la ciudad y se llevó consigo más de un centenar de muertos civiles, ese que, poco después, ocupó a Pablo Picasso en su cuadro más emblemático.

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