jueves, 6 de abril de 2017

Me bajo de un salto en la parada del Palacio de Justicia, ávido de callejear por el centro. Aunque no he sido ningún calavera, ningún noctámbulo de los de antro fijo y camaradería de barra, tengo años para reconstruir en cada esquina ese rostro y esa imagen de entonces, esa anécdota perfectamente ubicada que ahora se recrea en la memoria. He vivido en varios inmuebles de la zona, he dejado parte de mí en todos ellos.
Mis huesos acaban, como de costumbre, en una librería, donde paso revista al expositor de novedades. Entre ellas, De qué hablo cuando hablo de escribir, un sugestivo título de Murakami que a mí me retrotrae a De qué hablo cuando hablo de correr (maratoniano Murakami) y que al más simple rastreador de títulos ha de llevarlo sin duda al clásico De qué hablamos cuando hablamos de amor, los cuentos de Carver. He estado a punto de comprarlo.
Después reparo en una selección, aun así voluminosa, de los diarios de Paul Léautaud, aquel personaje. Abro al azar por el viernes 7 de abril de 1944, y leo: "Al volver de mis compras, me he encontrado con Picasso, en la calle Jacob. Yo estaba en una acera; él, en la otra. Ha cruzado para venir hacia mí"; y continúa con el registro de la breve conversación que ambos sostienen sobre la guerra que se está librando en Europa. He estado a punto de preguntar el precio.
Cuando salgo, el sol todavía no se ha ido de los edificios más altos.

No hay comentarios: