martes, 4 de abril de 2017

Uno llega exhausto, casi sorprendido de que le quede un resto de energía para destapar aún el ordenador y poner los dedos sobre el teclado. Tantos asuntos pendientes, tantas tareas circunstanciales que no se terminan nunca, tantos aplazamientos forzosos que supeditamos a los hábitos domésticos, tantas urgencias que imponen su criterio confuso. Ahí me aguarda la novela estancada desde hace un año, por aquí y por allá los poemas que se me extraviaron sin darles al menos el cobijo de un volumen y que a esta altura ya no sabría recuperar, y sobre todo, por todas partes, las ganas cautelosas de emprender algo nuevo, la necesidad de concederme la ilusión de un orden perdurable.
Con los ojos enrojecidos de cansancio, agotado el cerebro, sin ideas sensatas, dejo atrás los renglones y vuelvo a cerrar la máquina. Me desnudo a tientas y compruebo que sigue activa la alarma que me despertará mañana, como cada mañana, fija en la misma cifra.
Ya duermo.

No hay comentarios: