viernes, 19 de mayo de 2017

1966 no fue un año prolífico en los diarios de Julio Ramón Ribeyro: apenas seis o siete páginas. La primera anotación, de enero: "Seres imperfectos viviendo en un mundo imperfecto, estamos condenados a encontrar sólo migajas de felicidad". La última, sin marca de día ni de mes: "El camino al viajero: las huellas que he dejado en tus pies". Y entre ambas, un par de fragmentos subrayados por mi mano: "Para salir de la Agencia tendría que escribir una buena obra, pero para escribir una buena obra tendría que salir de la Agencia. En dos o tres ocasiones he roto el círculo mediante un viaje, una escapada, una renuncia. Pero ya tengo 37 años"; "Necesidad de codificar mis conocimientos, que por falta de uso se disuelven en el crepúsculo del olvido. Si supiera todo lo que supe, sabría más de lo que sé".

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