jueves, 18 de mayo de 2017

Es una maleta de materia pesada, chapada por las esquinas, que cierra con un enganche central y dos hebillas metálicas, una a cada lado. La tumba sobre una caja de la fruta y la destapa para mí, parsimonioso, como si alentara un misterio.
Hay casi una decena de escrituras de propiedad firmadas ante notario. Hay un sobre grande que contiene ensayos de planos a bolígrafo y planos oficiales hechos con líneas de computadora y otros papeles relacionados con la construcción de la casa. Hay un bloc pequeño lleno de anotaciones tomadas en el servicio militar, nombres de mandos, soluciones de galones y estrellas, contabilidades primitivas, esbozos de frases destinadas a una novia. Hay una libreta con el registro a mano, por fechas y cantidades, del cómputo de todos y cada uno de los camiones de vino traídos de Jumilla a Moratalla desde 1980, siempre de la misma bodega, la de Fermín Gilar. Hay pasaportes antiguos, carnets vencidos y fotografías anacrónicas, cartas de residencia y de trabajo selladas en su día por la administración francesa. Hay polvo, mucho polvo...
Cuando la cerramos y carga con ella hasta su modesto escondite me dice que esa es la maleta que se llevó a la dura siega de Albacete, y la que se llevó a Ceuta y a sus dieciséis meses de mili, y la que se volvió a llevar en sus viajes de trabajo a Francia, en las décadas del cincuenta y del sesenta.

No hay comentarios: