lunes, 29 de mayo de 2017

Fui un viajero tardío, sin vocación, sin avaricia. Viajé lo justo para recordar con demorada nitidez adónde y cuándo y con quién, y en qué orden se sucedieron mis destinos, y cuáles he repetido y cuántas veces, y aquellos cuya visita pende aún de alguna señal extraordinaria, de algún azar. No siento el capricho ni la necesidad de acudir periódicamente a otros lugares bajo la excusa de que nunca estuve allí, para fotografiarme junto a un monumento o para decir que contemplé tal museo, ni tengo tampoco la tentación de labrarme un currículum turístico que sorprenda a mis circunstanciales contertulios.
Quizá por eso conservo tan cerca ciertos instantes y secuencias que viví de forma residual y que, sin embargo, dibujan el verdadero puzzle de mis viajes: una casa de comidas en Madrid, una pensión de Granada, varios rincones de Lisboa, los arcos de via Po en Turín, un vino con vistas a la piazza d`Espagna en Roma, un pub con espejos en Glasgow, los minutos de un atardecer de fin de año desde una terraza en Marrakech, la lluvia desde una taberna céntrica de Barcelona, la puerta de una histórica librería de París...
El viaje, si no es al interior, es menos viaje.

No hay comentarios: