sábado, 13 de mayo de 2017

No me preguntes cómo pasa el tiempo es el título que tomé ayer y que he concluido esta tarde.
Es lo bueno de leer poesía: en sus páginas reinan grandes espacios en blanco y ello permite avanzar rápido, casi como si hojeara el periódico. A lo que se ha de sumar que el porcentaje de versos (no digamos de poemas enteros) ante los que uno se detiene suele ser minúsculo.
No obstante, con el mejicano José Emilio Pacheco sintonizo más que con otros poetas, al menos en su producción de madurez. Pero este volumen de Visor acota de 1964 a 1972, entre sus veinticinco y sus treinta y tres años, y se nota. He apuntado, amparado en algún detalle, en alguna sugerencia, las páginas 67, 99, 134, 165, 175, 204 y 210. Ahora vuelvo sobre ellas, paladeo versos, rescato unos pocos: "El tiempo nace / de alguna eternidad que se deshiela"; "¿Pensaste alguna vez en tu enemigo, / en el que no conoces / pero odia / cuanto escribe tu mano?"; "Nada quedó. / También en la memoria / las ruinas dejan sitio a nuevas ruinas"; "La luz: la piel del mundo"; "La poesía anhelada es como un diario / en donde no hay proyecto ni medida".
Esta noche No me preguntes cómo pasa el tiempo recupera su sueño vertical, en la cuarta altura de la biblioteca del despacho.

1 comentario:

Isabel Martínez Llorente dijo...

La flecha

No importa que la flecha no alcance el blanco
Mejor así
No capturar ninguna presa
No hacerle daño a nadie
pues lo importante
es el vuelo la trayectoria el impulso
el tramo de aire recorrido en su ascenso
la oscuridad que desaloja al clavarse
vibrante
en la extensión de la nada

A mí me gusta mucho este: me parece una fantástica metáfora de la creación artística (sea cual sea la disciplina elegida), pero también lo leo como una lección de vida, ya que el viaje no es la meta sino el camino en sí. Cuando llegamos, cuando se concluye, comienza la nada, como bien apunta Pacheco. Magnífico poeta.