jueves, 25 de mayo de 2017

Un visitador de este sitio me dice que ha leído lo que dejé el otro día, el martes, pero que se lo ha apropiado talmente como si fuera un poema, aunque no sean versos que riman ni se evidencie afán métrico, sino palabras seguidas en renglones seguidos.
Vuelvo al texto de los horarios y las prisas, a la guillotina del sueño y al tiempo agujereado por sus cuatro puntos cardinales, y lo releo imponiéndome una gravedad lírica, tratando de tasar el tesoro escondido y de recolocar sus piezas para sentir cómo suenan en su nueva apariencia. Quito y pongo sílabas, evito las tediosas asonancias, arriesgo encabalgamientos versales, procuro un cauce limpio que desemboque en la retórica de la pregunta, o acaso la duda, sobre si llegará el día en que echemos en falta cuanto enaltece nuestras quejas de hoy.
Pero algo falla: todo se me antoja artificioso, técnico, impostado. No me vence el misterio, no conecto con el alma de la idea. Así que borro todos los borradores y me digo que quede como estaba, como surgió aquel martes.

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