sábado, 20 de mayo de 2017

Vida socio-literaria nula. O casi: a media mañana del jueves entré unos minutos al receptáculo donde trabajan las máquinas para fotocopiar hojas de exámenes. Una de las conserjes, que no ignora mis inclinaciones, me habló de una novelista a la que vio el otro día firmando ejemplares y la larga fila de interesados que esperaba turno. Es una mujer sin titulación, con un estilo muy sencillo, pero que al parecer gusta mucho. Esa es la clave para vender libros, concedí: no poner el listón alto y escribir fácil. Me insinuó que lo intentara yo, que escribiera una saga de esas con secuela que luego llevan al cine. Bromeé, como otras veces, que si yo supiera hacer un best-seller no tendría inconveniente en dejarme la literatura. Alcancé mi manojo de folios y salí al pasillo, un poco avergonzado de la arrogancia que acababa de cometer, pensando que los que leímos a Borges a destiempo estamos incapacitados para esa clase -legítima- de éxito.
Supongo que me lo diría, pero no consigo recordar su nombre ni dónde se celebró el evento.

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