miércoles, 21 de junio de 2017

A Cristóbal de Castillejo nos lo citaba un profesor de Siglos de Oro que tenía entonces un aspecto ciertamente áureo -solo le faltaba gorguera al cuello- y exhibía un apellido florido; al recordarlo, siempre se me aparece en traje de tuno y cantando Clavelitos o Carita de azucena, aunque jamás lo vi de tal guisa, sino en compañía de su esposa y su abundante prole. Castillejo, decía, era el paradigma de la misoginia en una época en que rivalizaban en ingenio insignes literatos más glorificados que él, a la par que misóginos integrales, como aquel Quevedo y aquel Gracián.
Tres décadas atrás leí de Castillejo, a instancias del doctor Florit o por turbia curiosidad académica, el Diálogo de mujeres, donde vierte su rechazo de las féminas con versos que hoy sonrojarían por su tibieza y alertarían a los guardianes de la corrección política. Las que siguen son notas de mi mano que transcribo tal cual, sin poner ni quitar:
"Mala o buena, / nunca dexa de dar pena";
"y la que más llora, queda / a vezes con más plazer";
"Provocaros / pueden, pero no forzaros, / a que gustéys de su miel, / de suerte que de su hiel / podéys muy bien apartaros";
"Y de aquí / naçe, como siempre vi, / no poder en esta vida / la muger ser entendida, / porque no se entiende a sí / de mudable [...]";
"que te guardes de la mala / y no fíes de la buena";
"Comparado / es en esto al ahorcado / el que enamorado es, / que se sube por sus pies / donde ha de quedar colgado";
"manos se besan a vezes / que devrían ser cortadas".
Fue allá por diciembre de 1987, cuando casi todo estaba por venir.

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