lunes, 5 de junio de 2017

Desde el instante de nacer, la vida va siempre un segundo por detrás de la muerte. Se tenga la edad que se tenga y con indiferencia del riesgo que entrañe lo que se haga, el salto es tan breve y tan ajeno a nosotros, tan fatal, que solo pensarlo da vértigo. La fragilidad es la misma aquí y en Alepo, en una aldea de Los Andes y en un puente londinense, a los tres años y a los cincuenta, a los diecinueve y a los setenta y seis, aunque diste mucho la percepción del peligro, la sensación de inminencia. Se dice que morimos en cada segundo; yo creo más bien que en cada segundo que pasa volvemos a nacer.

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