viernes, 28 de julio de 2017

Hasta mi balcón llegan ecos de verbena estivalera. Persiste en ellos una especie muy definida de la melancolía que se debate entre la expectativa y el dolor, entre el deseo adolescente y mi impericia para rondarlo y doblegarlo. Siempre eran otros los más osados, siempre otros los que triunfaban sobre la noche y sobre el beso, y siempre era yo el que se humillaba ante la evidencia de mis dudas fundamentales, de mi cobardía sembrada de pueriles complejos. Ahora los mismos acordes con sus notas de desamor se cuelan en mi recuerdo y me devuelven los terrores de entonces, acaso endulzados por la distancia, corregidos por la edad. Hay un dardo arañando aún tras los sonidos lejanos de cualquier verbena.

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